Mensaje a medios de comunicación que ofreció el Presidente Enrique Peña Nieto, en el marco de la Visita de Su Santidad, Papa Francisco.
Su Santidad Francisco.
Titulares de los Poderes Legislativo y Judicial de nuestro país.
Muy distinguidos invitados.
Mexicanas y mexicanos que nos escuchan, que nos están viendo, quienes se encuentran en la parte del Zócalo, corazón de la capital de nuestro país.
Hoy, es un día de entusiasmo y de enorme alegría para los mexicanos.
El pueblo de México está emocionado, porque usted ya está aquí, entre nosotros.
Reconocemos en usted al líder sensible y visionario que está acercando a una institución milenaria a las nuevas generaciones.
Reconocemos al Papa reformador, que está llevando a la Iglesia Católica al encuentro con la gente.
Como Jefe de Estado, hoy en Palacio Nacional, el Gobierno de México reconoce con honores su investidura.
Como Papa, los mexicanos le damos la más cálida y fraternal bienvenida a nuestro país.
Es la primera vez que el Sumo Pontífice es recibido en este histórico recinto.
Ello es reflejo de la buena relación entre la Santa Sede y México.
Sin embargo, su visita trasciende el encuentro entre dos estados. Se trata del encuentro de un pueblo con su fe.
Su Santidad, México lo quiere.
México quiere al Papa Francisco por su sencillez, por su bondad, por su calidez.
Papa Francisco:
Usted tiene un hogar en el corazón de millones de mexicanos.
Desde la madrugada, en la Plaza de la Constitución aquí, junto a nosotros, se han reunido miles de personas, familias enteras, que vienen a expresarle su cariño y afecto; que están aquí para escuchar su mensaje de aliento y esperanza.
Su pontificado ha llegado en un momento importante y complejo para el mundo. Es un tiempo de grandes retos.
La humanidad experimenta múltiples y acelerados cambios; cambios que abren oportunidades, pero también cambios que provocan dudas e incertidumbres.
Estamos en una era en que se podría alimentar a toda la población mundial. Y, sin embargo, millones de personas aún padecen y mueren de hambre.
Los avances en la ciencia y la medicina, hoy nos permiten curar más enfermedades y vivir más tiempo. Pero los adelantos científicos también son utilizados para hacer la guerra y causar daño.
Nunca se había producido tanta riqueza como ahora, y a pesar de ello, se sigue concentrando en muy pocas manos.
Las nuevas tecnologías multiplican la generación y difusión del conocimiento, pero quienes no tienen acceso a ellas, ahora enfrentan nuevas formas de exclusión.
La globalización ha promovido una intensa movilidad de bienes y de capitales, pero se siguen levantando barreras y obstáculos a la migración de personas que buscan una vida mejor.
Para bien, la democracia se extiende en el mundo. La expresión de la diversidad es cada vez más aceptada, pero, al mismo tiempo, resurgen grupos intolerantes que convierten sus fobias en actos de odio.
El individualismo, el consumismo y la permanente ambición de tener siempre más, no sólo provocan ansiedad y frustración, también atentan contra la solidaridad humana y el cuidado del planeta, que es nuestra casa común.
Todas estas realidades nos muestran a una humanidad que constantemente enfrenta la decisión de hacer el bien, de ser indiferentes o de dejarse llevar por el mal.
Estos dilemas nos obligan a la reflexión, a pensar hacia dónde vamos y qué mundo queremos legar a quienes vienen después de nosotros.
Sobre todo, estos desafíos deben motivarnos a la acción, al compromiso colectivo; al compromiso de todos en favor de una mejor comunidad, de una mejor sociedad.
Tenemos que renovar la esperanza en el futuro, la esperanza es camino y es luz.
Todos estamos llamados a edificar un mundo mejor, trabajando en unión y en sintonía, porque la solidaridad es, como usted bien lo ha dicho, un modo de hacer la historia.
A los gobiernos nos corresponde crear las condiciones para asegurar un piso básico de bienestar a nuestras sociedades, garantizando oportunidades de desarrollo para todos.
Desde lo espiritual, a la Iglesia Católica y a las demás religiones del mundo, les toca seguir promoviendo la esperanza y la solidaridad, la fraternidad y, ante todo, el amor.
De ahí la importancia de tener un Estado laico, como lo es el Estado mexicano, que al velar por la libertad religiosa, protege la diversidad y la dignidad humana.
Por su parte, a los ciudadanos les corresponde practicar y transmitir los valores que nos permiten convivir y avanzar en sociedad.
El respeto, la tolerancia y el entendimiento son cualidades que, independientemente de la creencia de cada quien, nos hacen mejores personas. Son el espacio de encuentro, desde el cual, dentro de las diferencias, podemos construir un mundo mejor.
Como lo ha manifestado Su Santidad, la palabra clave es: diálogo.
Diálogo entre dirigentes, diálogo con el pueblo y diálogo entre todo el pueblo.
Su Santidad Francisco:
Yo estoy seguro de que su peregrinar por México será histórico; será luz y guía para millones de mexicanos.
Su presencia entre nosotros contribuye a reafirmar nuestra vocación colectiva por la paz y la fraternidad, por la justicia y los derechos humanos. Las causas del Papa son, también, las causas de México.
Celebramos que, siguiendo el camino trazado por las escrituras, habrá de reconfortar a los enfermos, abrazar a los que menos tienen y dar aliento a los que sufren.
Sepa que millones de mexicanos están listos para recibir sus palabras de paz, caridad y esperanza, especialmente en este año que la Iglesia Católica celebra el jubileo de la misericordia.
Usted ha convocado a una fe que salga a la calle. En México, Papa Francisco, usted será testigo de esa fe, verá a millones de personas de bien, honestas y trabajadoras que, en su día a día, practican una vida de principios.
Va a recorrer nuestro país de frontera a frontera; conocerá la pluralidad de sus expresiones étnicas y culturales. Será testigo de una Nación de jóvenes que hace frente a sus desafíos, y que ese está transformando para superarlos.
En las calles, en los estadios y plazas que visitará, se encontrará con un pueblo generoso y hospitalario; con un pueblo orgullosamente guadalupano.
Éste es el México que lo recibe con el corazón y los brazos abiertos. Somos una comunidad que valora a la familia; una sociedad solidaria y una Nación forjada en la cultura del esfuerzo.
No tengo duda de que el paso de Su Santidad dejará una huella imborrable en los mexicanos.
Pero también, estoy seguro, de que México dejará una profunda huella en el corazón del Papa Francisco.
Su Santidad:
Sea bienvenido a esta tierra.
México lo abraza con cariño.
Bienvenidas sus palabras, sus bendiciones y su amor para México.
Bienvenida su luz.
Muchas gracias.