Aquiles Córdova Morán
Por más que lo pienso, no consigo explicarme la curiosa unanimidad de medios y politólogos en señalar como un error grave del Gobierno mexicano su intento de diálogo sereno y racional con el candidato norteamericano cuyo discurso agresivo y denigrante hacia nosotros es, precisamente, lo que lo ubica como primera prioridad en el interés nacional.
Sí creo que tienen razón quienes, reconociendo lo correcto de la iniciativa, señalan sin embargo errores evidentes tanto en el protocolo como en la falta de claridad y precisión sobre el objetivo de tan forzosa como desagradable entrevista, todo lo cual, pero sobre todo esto último, debió “plancharse” antes del encuentro propiamente dicho.
Tampoco veo consistente el señalamiento de que la entrevista fue un imprudente “entrometimiento” de México en la disputa presidencial norteamericana que hizo ganar puntos a Trump e irritó a la candidata demócrata Hillary Clinton. Esta opinión deja a un lado, justamente, las amenazas e injurias gratuitas del republicano que son la razón evidente de la necesidad de nuestro Gobierno de un encuentro vis a vis con este señor. Es decir, que no es México quien se “entromete” en los asuntos norteamericanos, sino Trump quien nos mete con calzador en su campaña tratando de ganar votos fáciles a costa nuestra. México solo se defiende de tal abuso. Además, cualquiera que haya sido el proceso para concretar la visita, el hecho diplomático cierto y comprobable es que el Gobierno mexicano extendió la invitación a ambos candidatos al mismo tiempo, y que la invitación a Clinton fue (y es) tan respetuosa y válida como la de Trump. El fondo del rechazo demócrata, me parece a mí, tiene más qué ver con la seguridad de la señora Clinton de que se alzará con la victoria de todos modos, y con la arrogancia inevitable de los poderosos ante los débiles, sea por el pretexto que se quiera.
Finalmente, me parece un craso error afirmar que, por culpa de la torpeza diplomática de nuestro Gobierno, ahora estamos mal con ambos candidatos, y que eso traerá para México altos costos que se verán con el paso del tiempo. Si no entiendo mal, esta afirmación implica la idea de que debimos cuidar, por sobre todas las cosas, nuestra buena relación con Hillary Clinton, en virtud de que su programa de campaña es menos lesivo para nosotros y, además, que los gigantescos y hondos intereses de los grandes industriales y banqueros del país vecino pueden variar sustancialmente por un “error diplomático” o por la “susceptibilidad herida” de uno de sus candidatos presidenciales. Eso me parece superficial e ingenuo. La verdad es que, como lo prueba la experiencia, México se halla, entre Trump y Clinton, como Ulises en el paso de Mesina, es decir, entre Escila y Caribdis, y que nada ganaremos inclinándonos por uno u otro candidato que vaya en contra de los inmensos intereses que ambos representan.
Pero hay algo nuevo en este “affaire” que me interesa comentar. Se ha “filtrado” a la prensa que la renuncia del Dr. Videgaray a la Secretaría de Hacienda obedeció a fuertes presiones y reclamos que influyentes políticos del Partido Demócrata, comenzando por el equipo de campaña de la señora Clinton, y poderosos banqueros y financistas de Wall Street, hicieron llegar por diversos canales al Presidente de México, quejándose de “traición” y culpando directamente al Dr. Videgaray por la visita de Trump. Es decir, que la renuncia del Dr. Videgaray se habría debido a presiones ajenas al interés del país. Pues bien, de inmediato saltaron voces que concluyeron alegremente que esa es la prueba irrefutable de que la visita de Trump fue una grave metida de pata y que ellos tenían razón al denunciarla y condenarla. Por mi parte, leo las cosas de otro modo: lo que estos hechos demuestran, de ser ciertos, es nuestra enorme dependencia económica respecto a los Estados Unidos, dependencia económica que necesariamente se traduce en dependencia política, en una falta casi total de soberanía y de libertad para tomar las decisiones que más convengan a nuestro interés. Confirman también, por tanto, que un país débil en todos aspectos, como el nuestro, solo puede hacerse respetar por un gigante como Estados Unidos si cuenta con la fuerza de un pueblo organizado y consciente de sus derechos y prerrogativas de nación soberana, y que es esta ausencia total del pueblo organizado y politizado en la vida nacional el verdadero error de éste y todos los Gobiernos que lo antecedieron, con la honrosa excepción de don Lázaro Cárdenas, y no la visita de Trump ni la susceptibilidad herida de la señora Clinton.
Es verdad que la debilidad del actual Gobierno parece mayor que la de todos los anteriores desde el periodo cardenista; pero esta debilidad no se debe, según entiendo, solo a los errores del Gobierno y a su total menosprecio por el apoyo del pueblo organizado. Se debe también a una serie de eventos, graves o muy graves ciertamente, pero cuyo manejo hace rato que rebasó los límites de una protesta, de una lucha popular realmente alimentada por la decisión de alcanzar el objetivo que sus participantes declaran públicamente, un objetivo, además, probadamente racional y alcanzable mediante esa misma lucha. El empecinamiento sin sentido y la violencia e ilegalidad de muchas de las acciones de estos “movimientos populares”, hablan más bien de que el objetivo es otro: precisamente debilitar al máximo al Gobierno actual, restarle toda respetabilidad y reducir a cero sus márgenes de acción, como no sea la claudicación pura y simple ante sus oponentes. Las críticas exageradas, virulentas, en cierto modo irracionales también (un conocido periodista le reclamó al presidente no haber despedido a Trump “con una sonora mentada de madre”) a la visita del arrogante y grosero candidato republicano, solo llegan a sumarse a esta labor de zapa ya muy avanzada.
Y las consecuencias están ahí: sin recato, sin el mínimo respeto a nuestra soberanía nacional, se acusa al Gobierno mexicano de “traición” (¿traición a quién; a los intereses de Wall Street?) y se le exige la renuncia del Secretario de Hacienda, absoluta competencia de nuestra soberanía. Y no solo eso. Por citar otro ejemplo, ahí viene ya la ultra derecha exigiendo al Presidente que retire su iniciativa sobre el matrimonio entre homosexuales, apoyada, sin recato también, por la jerarquía eclesiástica, a sabiendas de que viola la ley, lesiona al Estado laico y pasa por encima de la separación entre la Iglesia y el Estado. ¿Se avecina otra guerra cristera? ¿Y qué dicen al respecto los partidos de “izquierda” y grupos afines que se han colgado la medalla de insobornables defensores de los homosexuales y de los derechos humanos? ¿Se callan para no “ayudar” a su archienemigo, el presidente Peña Nieto? ¿Y cómo hará el líder de MORENA para unir los pedazos de país que él mismo está ayudando a multiplicar, cuando tenga que gobernar a México y enfrentar a Trump, a Hillary Clinton y a la ultraderecha?
Hace rato que pienso y he sostenido públicamente que la guerra sin tregua contra el Gobierno actual; la desestabilización y el caos que por todos lados y por diversos grupos se siembra y aviva todos los días para no dejar gobernar en paz a Peña Nieto (a lo que ahora se suma la forzada renuncia del Secretario de Hacienda), no parecen ser algo espontáneo, sino algo planeado y bien sincronizado, una maniobra armada por expertos en “revoluciones de colores” y en golpes de Estado “amables”, para desbancar al PRI del poder y colocar en su lugar un gobierno que sirva mejor a los intereses del gran capital norteamericano. Parece que a Videgaray y al Presidente se les ataca no por lo malo, sino por lo poco bueno que intentaron para mejorar la situación del país. Recordemos nada más el proyecto turístico de capital chino Dragon Mart Cancún; el “tren bala” México-Querétaro, proyecto ganado por una empresa china; el escándalo sobre la “casa blanca”, que estalló justo cuando el Presidente volaba hacia China; recordemos cómo recibió la clase del dinero la reforma fiscal que arañaba las ganancias de la Bolsa hasta entonces intocadas y prohibió la compactación de varias empresas en una sola con el fin de pagar menos impuestos. Eso basta, a mi juicio, para sospechar fundadamente que lo que ocurre en México, incluido el patrioterismo desatado con la visita de Trump, está alentado desde fuera, directa o indirectamente, lo sepan o no los actores directos. La debilidad extrema del Gobierno no beneficia a los mexicanos, sino a los intereses extranjeros. Esto prueba que el neoliberalismo es inflexible, irreformable por las buenas, por pura racionalidad de sus beneficiarios; que tampoco logrará hacerlo ningún supermán, así se cubra con el yelmo de Mambrino de la “honestidad valiente”. Esa es tarea para un pueblo organizado, politizado y consciente de sus derechos y de que un mundo mejor es posible. ANTORCHA DIXIT.