Aquiles Córdova Morán
El lunes 19 de mayo, en el correo electrónico de Antorcha, recibí un mensaje que llamó de inmediato mi atención. Es el siguiente: “Señor Aquiles Córdova Morán: Cuando tenía redactado el texto de mi colaboración del día de hoy para el periódico Milenio tuve a la vista la publicación de usted intitulada «¿Por qué el mexicano siente más temor que aprecio por la ley y la justicia?» Le acompaño el contenido de la columna que suscribo en dicho diario, siendo mi convicción personal. Le daré seguimiento al caso de Manuel Serrano Vallejo y me hará muy feliz su regreso. Atentamente, Diego Fernández de Cevallos”. Leí con atención concentrada el escrito, sabedor de la jerarquía intelectual y política del remitente, y debo decir desde luego que me llenó de entusiasmo y gratitud como pocas veces me ha ocurrido en la vida.
Quiero ahora, además de agradecer públicamente al autor el noble gesto de solidaridad con que nos obsequió, hacer algunos comentarios adicionales a su artículo que considero indispensables. En primer lugar subrayar, para tranquilidad de quienes se han apresurado a descalificar, condenar (e insultar incluso) al autor de la columna en mención, por entender que su objetivo es defender a Antorcha y a los antorchistas (que para ellos y los intereses que representan son el enemigo más despreciable y temido y de ninguna manera merecedores de comprensión y solidaridad), que eso no es así; que se trata de un grave error de interpretación o, tal vez, de una increíble incapacidad para leer correctamente un texto, pues el propósito del artículo está perfectamente claro en el cuerpo del mismo. En efecto, dice allí don Diego: “Se sabe que a ese grupo (al Movimiento Antorchista, ACM) se le acusa de un sinnúmero de despojos de tierras y frecuentes actos violentos de desafío de particulares y de gobiernos, pero eso es un asunto aparte. Si los antorchistas han cometido delitos que se les persiga conforme a la ley pero sin atentar contra sus derechos fundamentales”. Fernández de Cevallos, pues, se deslinda puntualmente de la actividad general de los antorchistas, y de ese modo acota su solidaridad única y exclusivamente al caso del secuestro de don Manuel Serrano Vallejo. Por mi parte, debo decir que es exactamente así como entiendo el escrito, y que de ningún modo pretendo ver en él, abusivamente, una coincidencia total con la actividad global de nuestro Movimiento. Añado, además, que estoy totalmente de acuerdo con el pronunciamiento sobre el trato que debe darse a las acusaciones vertidas en contra nuestra. No se trata de una coincidencia forzada por las circunstancias; es una profunda convicción legalista de parte nuestra que ha quedado escrita cada vez que alguien nos acusa, sin ningún tipo de pruebas, de los delitos que genéricamente enumera don Diego y otros más. En tales casos, hemos exigido siempre al acusador que haga las correspondientes denuncias de hechos y presentación de pruebas ante los tribunales competentes para que el caso sea juzgado estrictamente conforme a derecho y no se quede en simple guerra de lodo y excremento en las páginas de los medios. Nadie hasta hoy nos ha tomado la palabra. Seguiremos esperando.
Puede que haya quien se pregunte: y si no defiende a los antorchistas, ¿qué o a quién defiende Diego Fernández de Cevallos? Él mismo nos lo dice con precisión en su escrito: “Cuando seamos capaces de sufrir como propio el dolor de los demás seremos verdaderamente humanos; evitaremos el dolor evitable y apoyaremos… (la) lucha contra los delitos de mayor impacto social”. Y renglones abajo señala: “Pocas veces nos hallamos unidos en defensa de la verdad, del derecho y de la justicia, como bienes y valores superiores que merecen ser defendidos para garantizar el orden, la paz y el progreso;…” Es decir, que don Diego defiende la solidaridad humana, la responsabilidad colectiva para atacar los males sociales, valores como la verdad, el derecho y la justicia, porque piensa que de todo ello brotarán el orden, la paz y el progreso para todos. En una palabra, el autor rompe una lanza por principios básicos, por ideales y metas elevados y nobles cuya vigencia y observancia nos ayudarán a construir una sociedad ordenada, pacífica y en progreso constante. Y es en esto precisamente en lo que reside la lección de congruencia, de humanismo y de rectitud moral e intelectual que Diego Fernández de Cevallos nos da a todos los mexicanos, lección que, ciertamente, mucho necesitamos, pues él mismo se encarga de retratarnos en pocas palabras cuál es nuestra situación actual en este terreno cuando escribe: “Hasta hoy, por desgracia, las personas y los grupos suelen defender solamente lo suyo y a los suyos, mirando con indiferencia –o aun con agrado– la lesión injusta en agravio de otros”.
Y no cabe duda de que así es. Pudiéramos buscar en el pasado ejemplos de semejante egoísmo, sectarismo de grupo y defensa parcial y sesgada en el uso y aplicación de los valores que menciona el autor, y los hallaríamos a manos llenas; pero la esclavitud del espacio periodístico nos obliga a ceñirnos al caso actual, al secuestro de don Manuel Serrano Vallejo. ¿Ha leído u oído usted, amigo lector o lectora, algún otro pronunciamiento parecido al de Diego Fernández de Cevallos en torno a dicho secuestro? ¿Conoce usted a alguna otra exigencia de respeto al derecho a la vida, a la libertad y a la recta justicia del secuestrado o de sus compañeros de organización? Estoy seguro de que no, a pesar de que hay grupos, partidos y personalidades que, ya sea por el cargo que ostentan, por la función que desempeñan o porque han sido heridos por el secuestro y asesinato de un hijo, de un hermano o de un pariente cercano, estarían legal y moralmente obligadas a pronunciarse sobre el caso. Me refiero a medios, noticiarios y comunicadores; a las personalidades más conocidas y prestigiosas de la izquierda; a las organizaciones no gubernamentales y a los familiares de secuestrados famosos que se han erigido en denunciantes, defensores y hasta en buscadores oficiosos de los secuestrados; al flamante fiscal antisecuestros, nombrado específicamente para perseguir este delito. Ninguno de ellos ha dicho esta boca es mía; todos guardan prudente (o puede que hasta alegre y cómplice, como sugiere don Diego) silencio ante el nefando crimen, y todo porque se trata de un antorchista, es decir, a su juicio, de un torvo infractor de la ley. ¿Y los principios, y los ideales, y el humanismo y la solidaridad desinteresada con los desgraciados? ¿A dónde se fue todo eso? ¡He aquí por qué es excepcional el pronunciamiento de Diego Fernández de Cevallos!
Vale la pena, pues, sumarse a la proposición que él mismo destaca en su escrito: “México será grande el día que valgan lo mismo la vida de un cardenal, de un candidato, de un soldado y de un campesino.” Y de un humilde vendedor de periódicos, digo yo, aunque se apellide Serrano Vallejo y no Martí, Wallace o Sicilia. Más alentadora me resulta la promesa final de la nota que don Diego me dirige: “Le daré seguimiento al caso de Manuel Serrano Vallejo y me hará muy feliz su regreso”. ¡Qué extraño parece, a primera vista, que esto lo diga un hombre tachado de conservador y derechista en vez de un eminente revolucionario de izquierda, v. gr., don Andrés Manuel López Obrador, don Cuauhtémoc Cárdenas, o algún intelectual como don Héctor Aguilar Camín o doña Elena Poniatowska. Pero la lección ya está allí, y a Diego Fernández de Cevallos debemos agradecer los antorchistas el habernos probado que, a pesar de ser muy escasos, los hombres y mujeres de ideales y de principios auténticos existen, y que gracias a ellos, no estamos tan solos: ¡su poderosa voz nos acompaña!