Hace varios días vi una noticia en la televisión en la que un niño de 10 años que vive en Tijuana, Baja California, sacó sus juguetes a la puerta de su casa con un cartel que decía: “cambio juguetes por despensa, queremos ayudar a mi mamá”.
Rápidamente, varios vecinos de la zona brindaron ayuda a la familia a la que le entregaron diversos alimentos que ellos tenían para alimentar a sus familias pero que sirvieron para que otra familia se llevara un bocado a la boca.
Por la emergencia del Covid-19, la madre de Alexis, así se llama el niño, fue despedida hace casi un mes de un centro comercial en donde trabajaba vendiendo boletos para un carrusel; ante la falta de alimentos en su casa, al niño se le ocurrió hacer trueque con sus juguetes.
Como esta historia que fue difundida profusamente en redes sociales y luego llegó a las televisoras de Tijuana y del país, hay muchas más a lo largo y ancho del país porque, desde hace casi dos meses, miles de mexicanos perdieron sus empleos por el cierre de 346 mil 878 empleos a consecuencia de la emergencia sanitaria por COVID-19, según informó a finales del mes de marzo, la secretaria del Trabajo, María Luis Alcalde; además, millones de mexicanos ya no pueden vender sus productos “no esenciales” en los tianguis o en el comercio informal, que es donde se ganan dinero para su sustento.
Hoy me entero que en varias colonias identificadas claramente con el antorchismo de la zona Oriente del Estado de México, la historia de los juguetes se repite cada vez con más frecuencia, pero también está ocurriendo que gente del sector más vulnerable de la sociedad, los discapacitados, pasan casa por casa a pedir comida, lo que sea, pero comida. Los antorchistas, por supuesto, los ayudan con lo que pueden porque su economía también es bastante precaria.
Para que no llegaran a sucederse estas historias de verdadero sufrimiento -porque el hambre no solo causa intenso dolor en el estómago, sino también desesperación, desazón y depresión-, desde hace casi un mes, el Movimiento Antorchista Nacional realizó peticiones tanto al gobierno de México que encabeza Andrés Manuel López Obrador, como a los gobernadores de las entidades federativas, para que instrumentaran programas, nacional y estatales, de distribución de alimentos para cubrir la necesidad de alimentos de los 91 millones de mexicanos en pobreza que hay en el país, en los que se incluyen 46 millones en extrema pobreza.
Pocos han sido los gobiernos estatales o municipales sensibles que han entregado algunas despensas a los más pobres, quienes han quedado muy agradecidos, pero a los que ya les volvió a apretar el hambre. Pero los gobiernos de López Obrador y Alfredo del Mazo, en el Estado de México, no han hecho nada ni siquiera para disimular que están atendiendo las miles de peticiones que han recibido.
Mientras los gobiernos federal y del Estado de México ignoran a la gente, el pueblo no lo hace porque sabe de necesidades y hambres. En Chimalhuacán, Estado de México -un municipio pobre entre los pobres, en el que 64 por ciento de su población sale a trabajar a la Ciudad de México y municipios circunvecinos, y en donde 40 mil de sus habitantes se dedican al comercio informal- se están dando demostraciones fehacientes de cómo el pueblo apoya al pueblo cuando así se requiere.
En Chimalhuacán no solo los comerciantes en pequeño están entregando alimentos a las familias más vulnerables, sino también los funcionarios públicos municipales están gastando parte de sus salarios para entregar despensas a la gente. Doy casos concretos: la pollería Lupita entregó pollos a 400 familias del barrio Artesanos; un profesor de nombre Antonio Morlet entregó 300 caretas de acrílico a médicos y policías municipales para protegerlos del Covid-19 mientras realizan su trabajo; el señor Leonel Infante, de la colonia Adolfo López Mateos, donó 430 paquetes de carne que entregó de manera gratuita a sus vecinos más vulnerables. Asimismo, 400 despensas fueron donadas que fueron donadas por trabajadores de la dirección de Desarrollo Social, del Odapas y de la dirección de Cultura. Destaca la donación que 350 policías municipales hicieron de 350 despensas y las mil 100 despensas que mensualmente donan las organizaciones del Proyecto Nuevo Chimalhuacán para igual número de familias.
Hay muchas familias ricas en el país, pero poco hacen por la gente pobre; por el contrario sí lo hace el pueblo mismo, que sabe, repito, de necesidades y hambres, y lo hacen con tal cariño y solidaridad que no les importa desprenderse de algo que necesitan. Pero ¿cuánto puede durar la solidaridad del pueblo para el pueblo? Poco, muy poco, porque tanto unos como otros son pobres. En estos momentos de pandemia por Covid-19, la gente requiere del apoyo de sus gobiernos para salir adelante.
El antorchismo mexiquense vuelve a solicitar al Presidente de México y al Mandatario mexiquense, que realicen entregas masivas de alimentos para que los pobres puedan soportar el aislamiento por la pandemia del Covid-19.
En los últimos días han aparecido miles de trapos blancos pegados en las puertas de humildes viviendas que solicitan el apoyo gubernamental en alimentos, pero que nadie sabe si llegará. Todos sabemos que esos alimentos pueden ser la diferencia entre la vida o la muerte pues ningún ser humano puede vivir sin comer.