Aquiles Córdova Morán
Las noticias y opiniones que leo sobre la situación mundial, son cada día menos alentadoras y más preocupantes, y los pronósticos, implícitos o expresos en tales noticias, coinciden en que nos amenaza una catástrofe de alcance planetario de consecuencias imprevisibles por ahora. La página digital RT, conocida por su seriedad, dijo el 17 de octubre: “«Un mundo incierto»: La deuda global alcanza una cifra récord de 226 billones de dólares”. “La deuda global ha alcanzado un nivel récord de 226 billones de dólares, cifra que incluye tanto la deuda del sector público como la del sector privado no financiero, según (…) el Fondo Monetario Internacional (FMI)…”. Según la misma nota, la deuda pública sola asciende a 88 billones de dólares, casi el 100% del valor del Producto Interno Bruto (es decir, toda la riqueza producida en un año) del planeta, por lo que el FMI recomienda a los países “calibrar las políticas fiscales según las propias circunstancias, incluido el ritmo de la inmunización y el vigor de la recuperación”. En otras palabras, les recomienda que gasten menos en vacunas y en inversión para salir de la crisis provocada por la pandemia.
Esto significa que, como siempre, los platos rotos los pagarán las clases populares con más muertes por falta de vacunas, con más desempleo y con ingresos cada vez más insuficientes. El mismo FMI agrega que “es necesario vigilar de cerca la deuda privada, porque un exceso de la misma puede terminar provocando un aumento de la pública”. Es decir, que si los grandes capitalistas se endeudan sin ningún control a grado tal que no puedan pagar su deuda, ésta deberá ser absorbida por el gobierno y pagada con dinero de los contribuyentes (recordemos el FOBAPROA). Para darnos idea del tamaño del problema, hagamos una sencilla operación aritmética: de la deuda total mundial de 226 billones de dólares restemos los 88 billones de deuda pública; la diferencia, esto es, 138 billones (el 61% de la deuda total) son deuda privada que el pueblo tendría que pagar en caso necesario. El FMI nos consuela: «La pandemia dejará una huella duradera en la desigualdad, la pobreza y las finanzas públicas».
Creo que es cierto el peligroso nivel de la deuda mundial y son correctas las previsiones sobre sus graves daños en materia de crecimiento económico y, por tanto, en salud, educación, desigualdad y pobreza, sobre todo en los países “en desarrollo” y de “bajos ingresos”. Pero me parece falso que la culpable de todo sea la pandemia de Covid-19. Los economistas calificados, empezando por Klaus Schwab y los miembros del Foro Económico de Davos, Suiza, que él preside, han dicho que esos problemas ya existían antes de la pandemia, y que esta solo vino a agravarlos y a ponerlos al descubierto. Creo que el verdadero responsable es la propia economía “de mercado” (léase capitalismo) en su versión neoliberal, que ha dejado totalmente desprotegida e indefensa a la clase trabajadora y ha acelerado la concentración de la riqueza y el crecimiento de la desigualdad y la miseria de las mayorías.
El FMI sabe bien que el remedio más eficaz y justo es la condonación (total o parcial, según el caso) de la deuda de los países que han caído en impago a causa de una mala gestión, tanto de la concesión como de la aplicación del crédito. Pero sabe también del inmenso poder de los grandes trusts y monopolios bancarios y financieros, y es por eso que no se le ocurre mencionar siquiera esa solución. Prefiere cargarla sobre las espaldas de los trabajadores. Pero la creciente deuda mundial no se explica solo por la pandemia o por la ineptitud, el despilfarro y la corrupción de los gobiernos de países pobres; la verdadera causa es la fase imperialista del capital, con su apremiante necesidad de exportar capitales más que mercancías; su evolución hacia el neoliberalismo buscando elevar la tasa de ganancia de sus empresas a costa de los salarios, las prestaciones y las libertades sindicales de los obreros y, finalmente, la financierización del capital, es decir, su acumulación en forma de dinero, de capital potencial que, para convertirse en capital real, en generador de utilidades, necesita colocarse a un cierto interés. Su enorme volumen no le permite ya esperar pasivamente a sus clientes; tiene que atraerlos con engaños (ejemplo: la burbuja inmobiliaria que desató la crisis de 2008-2009) y amenazando a los gobiernos débiles para obligarlos a aceptar préstamos que, la mayoría de las veces, no necesitan.
El hambre de acumulación del capital no tiene un límite fijo por no ser una necesidad física, sino emocional. Por eso, no vacila en recurrir a procedimientos delictivos con tal de crecer a mayor velocidad. La página web rebelion.org del 16 de octubre dice: “Los paraísos fiscales y la globalización neoliberal son fenómenos intrínsecos”. Y así es la verdad. Las empresas “off shore” que son la base de los “paraísos fiscales”, no son, en principio, opuestas a los intereses del capital; son la materialización de la globalización económica, la nueva forma de imperialismo ideada para reemplazar las viejas formas de dominación, pero sin cambiar de objetivos: el monopolio de los recursos energéticos, materias primas, metales estratégicos, mercados y los mejores espacios para reubicar sus empresas y ponerlas en situación de explotar la mano de obra barata de los países sometidos. Esta es la esencia de las empresas “off shore”.
“Las nuevas revelaciones de los Pandora Papers confirman que los paraísos fiscales y la globalización neoliberal son fenómenos intrínsecos (…) la aceleración de la globalización económica y financiera neoliberal reorganizó la distribución del poder mundial a favor del capital financiero y contribuyó al surgimiento de nuevos productos y negocios que encuentran sus mayores expresiones en los paraísos fiscales. En ellos impera el secreto bancario, se evaden impuestos, se crean empresas fantasmas, se lava dinero proveniente de corrupción y actividades criminales” (nota de rebelion.org ya citada). “En los territorios offshore impera la élite. Es así como en 2019 la élite escondía riquezas de 7 billones de dólares: el 8% del Producto bruto global. Oxfam International, calcula en 427 mil millones de dólares la evasión fiscal de impuestos” (ibid). Y esto sucede justo cuando los países pobres carecen de recursos hasta para adquirir vacunas contra la Covid-19, otra muestra de cómo es el pueblo trabajador el que, al final, termina pagando los platos rotos.
Pero hay más. La globalización y el neoliberalismo son los impulsores de la “cooperación mundial” en la fabricación de un solo producto. Es decir, la división técnica del trabajo, que ya venía funcionando desde mucho tiempo atrás al interior de la fábrica, ahora se materializó territorialmente, dispersando por todo el planeta la fabricación de las distintas partes del producto y eligiendo un único país como concentrador y ensamblador de las partes para entregar el producto terminado. De este modo se consigue garantizar las materias primas necesarias y al mejor precio, la cooperación entre miles de obreros de todo el mundo y la explotación de la mano de obra barata de miles de millones de trabajadores distribuidos por todo el planeta sin necesidad de reunirlos.
Pues bien, esa forma de “cooperación” también está haciendo crisis. El Sol de México del 16 de octubre dice: “Colapsa la cadena de suministros globales”. “LONDRES. Desde la carne en Tokio hasta los derivados del pollo en Londres, los consumidores comienzan a sentir el impacto del alza de los costos que sufre la economía mundial (…) La quinta economía más grande del mundo enfrenta una grave escasez de almaceneros, camioneros y carniceros, lo que exacerba las tensiones de la cadena de suministro global”. “La creciente crisis energética de China, causada por la escasez de carbón, los altos precios del combustible y el auge de la demanda industrial post-pandemia, ha detenido la producción en numerosas fábricas, incluidas muchas que suministran a grandes marcas mundiales como Apple”. “La pandemia ha sacado a la luz los límites de la «dependencia» global de las fábricas del sudeste asiático, según Jonathan Owens, experto en logística de la universidad británica de Salford”. “Los confinamientos han provocado el cierre de fábricas, bloqueando sectores como el textil en Vietnam o el electrónico y el automotriz en China”.
Esta ruptura del equilibrio económico mundial no fue causada por la pandemia, sino por el afán de Estados Unidos de impedir el surgimiento de cualquier potencia capaz de disputarle la hegemonía mundial, que considera suya por derecho propio. Esta crisis también impacta más a la población de bajos ingresos. El portal wsws.org dice: “El aumento en los precios de los alimentos impulsa el hambre en todo el mundo”. INFOBAE del 15 de octubre: “Día Mundial de la Alimentación: el 55.6% de los mexicanos comen mal y tienen riesgo de adquirir cáncer colorrectal”. El Sol de México del 17 de octubre: “Muere más gente por hambre que por Covid-19 en el mundo”.
Cientos de millones de hombres, mujeres, ancianos y niños están muriendo de hambre, de enfermedades provocadas por el hambre y por falta de vacunas, y la causa es una sola: la economía de mercado con su globalización, su neoliberalismo y su acelerada concentración de la riqueza. Por eso resulta sorprendente e incomprensible que la inteligencia mundial, y también la de México por supuesto, se indigne hasta el paroxismo por la falta de democracia, libertades y derechos humanos en Cuba, e incluso en Rusia y en China, y en cambio, guarden absoluto silencio ante los terribles crímenes de lesa humanidad de EE. UU. en Irak, Libia, Afganistán, Siria y en nuestros propios países latinoamericanos (México en primer lugar). Y sobre todo, que nada digan del genocidio causado por el nulo combate a la pandemia en todas las grandes capitales del imperialismo mundial, las naciones más ricas y desarrolladas de la tierra.
¿Será cierto, acaso, que la inteligencia, el sentido de justicia y el criterio de verdad del ser humano no existen jamás por sí mismos y en sí mismos, sino que dependen siempre de los intereses de clase que defienden, aunque muchas veces no tengan conciencia de ello?