Laura Castillo García
Vocera del Movimiento Antorchista en el Estado de México
¿Cuántas organizaciones que se dicen nacionales lo son realmente? Es decir, ¿cuántas organizaciones sociales o políticas pueden presumir real y verdaderamente que tienen gente en todo el país y hasta en los rincones más alejados de la civilización? ¿Cuántas organizaciones pueden decir que, si alguno de sus militantes visita Tlaxcala, Monterrey, Los Cabos, Yucatán, Chiapas, la Sierra Negra de Guerrero o la Nororiental de Puebla, o cualquier otra comunidad lejana de Oaxaca o Baja California, entre otras, tendrá la posibilidad de encontrarse con una o varias personas que te abracen con cariño, te tiendan una mano o te ofrezcan su hospitalidad a pesar de no haberte visto nunca en su vida?
Estoy convencida que solo una de las organizaciones del país puede presumir que entre sus militantes se desarrolla un cariño sincero y fraterno hacia todo aquel a quien consideren digno miembro de la organización social que no solo los ha enseñado a luchar por mejores condiciones de vida, sino también a pensar, a analizar la situación política del país y, por tanto, a actuar en consecuencia.
Es el caso de la organización a la que, al inicio de su administración, el presidente Andrés Manuel López Obrador bautizó peyorativamente como La Antorcha Mundial, pero que verdaderamente es una organización nacional a la que te encuentras a lo largo y ancho del país; personalmente lo he experimentado en los más diversos lugares: en tiendas, en modestas cocinas económicas, puesto de tacos o periódicos; en la caja de algún supermercado o en alguna central camionera, hasta donde van a rescatarte alguna madrugada gracias a la llamada que algún otro miembro de la organización le hiciera breves minutos antes.
¿Por qué o cómo se tejen esos invisibles lazos de unión? Simple, los millones de antorchistas que andan regados por el territorio nacional, tienen dos cosas en común: el que sus comunidades hayan sido beneficiadas por alguna obra pública gestionada por sus dirigentes ante las diferentes instancias de gobierno o porque a través de la gestión y lucha adquirieron un lote barato para asentar sus modestas viviendas o porque se los ayudó a resolver algún fuerte problema personal.
Así, la unión, fraternidad y lucha son la argamasa con la que está fuertemente estructurada esta organización social a la que los diferentes niveles de gobierno -y sus organizaciones políticas y sociales satélite- han calumniado e injuriado por años, pero que, a pesar de todos los ríos de mentiras que han corrido en contra de ella, vive en el corazón de millones de mexicanos.
Por eso, cuando los antorchistas se encuentran y se reconocen a través de códigos comunes, inmediatamente surge el cariño fraterno, el cual deriva en invitaciones a comer a sus casas, presentación de familias u otros antorchistas y, muchas veces, se ofrecen como guías en una ciudad desconocida para uno, sin importar la hora o lugar a donde vayas.
En 45 años, Antorcha ha visto nacer y morir a otras organizaciones, pero ella está más viva que nunca, y tanto, que en este año está festejando su cumpleaños 45 con eventos masivos en diferentes puntos del país.
Este domingo 20 de octubre toca el turno a Tijuana; en el Audiorama El Trompo, a las cuatro de la tarde, se reunirán 20 mil personas de Baja California, y representaciones de los estados de Sinaloa, Sonora y Baja California sur, para festejar no solo los beneficios materiales que han recibido miles de comunidades del noroeste del país, sino para celebrar la existencia de esta organización que desde su nacimiento ha permanecido fiel a sus principios y convicciones, y para refrendar su compromiso de convertirse en partido nacional a fin de conquistar el poder político para bien de todos los mexicanos.