De letras y periodistas
Cuando las noticias se escriben entre fuego y sangre
José Antonio Aspiros Villagómez
Con esta entrega inicia una nueva serie temática del autor de ‘Textos en libertad’ y ‘Lecturas con pátina’, dedicada en especial al periodismo y los periodistas en diversos aspectos: desde los colegas que según esta columna -expuesta desde luego al juicio ajeno- deberían regresar a la escuela, hasta aquellos que merecen algún cumplido, así como las vicisitudes de su actividad profesional.
Sea la primera mención para José Carlos Robles Montaño, conocido columnista político que falleció el pasado 14 de agosto, justo el día en que el Club Primera Plana del que fue presidente en dos ocasiones, celebró su comida anual de la unidad periodística.
A propuesta del presidente del Club, Raúl Gómez Espinosa, hubo ese día un minuto de aplausos como homenaje al colega desaparecido, a quien, en cambio, le fue regateada al menos una breve mención o tal vez una pequeña esquela en el diario El Sol de México, en cuyas ediciones matutina y meridiana publicó por años sus columnas ‘A pleno sol’ y ‘La caja negra’. Ingratitud pura.
La primera presidencia (1982-84) de Robles Montaño, fue cuando el Club tenía sus oficinas en el hotel Del Prado de la avenida Juárez (Ciudad de México), pero como resultó dañado por el sismo de 1985 y luego fue demolido, la segunda (1988-90) ya le tocó en la sede actual de Humboldt # 5, en un edificio porfiriano cedido en comodato por el gobierno de Miguel de la Madrid durante la gestión del también ya desaparecido Raúl Durán Cárdenas.
Y conforme a los datos de otro colega que también ya partió, Eugenio Múzquiz Orendáin, en su libro Huellas en el tiempo (IPN, 2002), el Club Primera Plana celebró entonces sus primeros 25 años de existencia y recibió el obsequio de un millar de libros para reponer su biblioteca destruida por el sismo, por parte del entonces secretario de Educación Miguel González Avelar.
Volvamos al punto. No había pasado una semana del deceso del amigo Robles, cuando de tierras lejanas llegó la noticia de que el periodista estadunidense James Foley había sido decapitado en Siria, donde estaba secuestrado desde 2012 por un grupo yihadista (busque usted el neologismo en su diccionario) que difundió un video al respecto y cuya autenticidad quedó reconocida casi de inmediato.
Ya una década atrás, en mayo de 2004, armados de valor ante una escena semejante vimos en un telenoticiario la decapitación del soldado, también estadunidense, Nicholas Berg, en Irak.
No son los únicos casos ni los primeros pues la historia de la humanidad está llena de ellos y han sido víctimas de ese tipo de sacrificios desde santos hasta reinas, ni es el tema ahora a tratar, sino el riesgo que viven los periodistas cuando cubren conflictos armados.
Aunque menos conocido o recordado a pesar de que también fue difundido el video correspondiente, en 2002 murió de la misma forma pero en Pakistán el periodista israelí-estadounidense Daniel Pearl (2002), del diario financiero The Wall Street Jornal, donde algo molesto habrá publicado, pues según la Wikipedia (ya hablaremos de su credibilidad) la viuda del reportero demandó por su presunta participación en el crimen a diversas personas y a un poderoso banco pakistaní que “manejaba cuentas de extremistas”.
En 2010 el Consejo de Derechos Humanos de la ONU reconoció la necesidad de proteger a periodistas en situaciones de conflictos armados y a instancias de varias naciones, entre ellas México, convocó a un panel para discutir el asunto luego que, desde 2006, habían muerto 411 informadores en coberturas de tal naturaleza.
Desde luego no todos cayeron secuestrados y decapitados, pero sí como víctimas del fuego cruzado igual que ahora sucede a reporteros que cubren los ataques contra Gaza y de los cuales nos ocuparemos en otra ocasión.
En 2011, el gobierno de Pakistán en lugar de comprometerse a defender a los periodistas dijo que les daría licencias para usar armas de fuego de pequeño calibre con las cuales defenderse, y en 2013 el Consejo Nacional Sirio acusó al gobierno de ese país de “liquidar a periodistas físicamente, con el fin de acallar a los medios de comunicación neutrales e independientes”.
También el año pasado, la página actualidad.rt.com anunció que “al menos 30 periodistas” se encontraban desaparecidos en Siria, diez de ellos secuestrados según confirmaron sus familiares a la agencia de Estados Unidos Associated Press, y “donde 52 informadores han muerto desde el comienzo del conflicto en 2011”.
Y conforme señaló no hace mucho la directora de la Unesco, Irina Bokova, junto a Siria están Honduras y México como “los países más letales para el periodismo”. Ya trataremos también en otras entregas, sobre nuestros compatriotas sacrificados por informar.