Homero Aguirre Enríquez
Vocero nacional del Movimiento Antorchista
Poco a poco, muchos mexicanos empiezan a darse cuenta que los engañaron y que, en más de un sentido, la delicada situación que padecíamos en México ha empeorado con el nuevo gobierno. Cada vez es más evidente, por ejemplo, que la distribución presupuestal que impusieron los diputados de Morena para este año tiene, como prioridad, garantizarle al Presidente de la República una bolsa de dinero público a su libre disposición, que le permita entregar, cuando así le convenga, pequeñas cantidades de dinero a millones de personas, que según sus cálculos le servirán para garantizar los votos en las futuras elecciones.
Estamos ante los preparativos de una gigantesca operación electoral, tan grande que, junto a ella, los mapaches más conspicuos de la historia parecen párvulos para financiar, lo cual se desmanteló todo tipo de programas que le impidieron concentrar dinero y poder. Instancias infantiles, programas de vivienda, de empleo temporal, comedores populares, albergues para indígenas… todo ha sido lanzado a una inmensa “licuadora presupuestal” cuyo propósito casi único es tejer la nueva red clientelar con dinero público al servicio del partido del Presidente. ¿Dónde está la diferencia con los que, según él, regalaban puercos, gansos, gallinas, gorras y otras chucherías para comprar la voluntad popular?
Pero más allá de la maniobra electoral que se cocina desde ahora y en algunos estados se retrasa intencionalmente para sincronizar el reparto de tarjetas con las elecciones, es necesario recordar que los programas de transferencia monetaria, como se llama técnicamente a la entrega de pequeñas cantidades de dinero, llevan muchos años aplicándose en el mundo y son probadamente ineficaces para disminuir sustancialmente la pobreza, y no porque lo impida algún intermediario, como acusa falsamente el Presidente en su afán permanente de buscar a quien echarle la culpa de todo tipo de despropósitos de su gobierno, sino porque esas “transferencias monetarias”, entregadas en efectivo o en tarjetas, son cantidades ridículamente pequeñas, que se consumen de inmediato y desaparecen en el mar de pobreza de la gente con hambre y carencias materiales de todo tipo, resultado de un modelo económico, el neoliberalismo, muy bueno para generar riqueza pero que la concentra en unos pocos adinerados.
Aunque sea una meta difícil de alcanzar, los mexicanos no debemos olvidar que la pobreza sólo podrá acabarse o disminuirse sustancialmente mediante creación de trabajos para todos y que estén bien pagados, así como mediante una reforma fiscal que logre captar más recursos de los sectores altamente concentradores de riqueza y destinar gigantescas cantidades de recursos públicos a construir obras que eleven el bienestar de los que ahora son muy pobres, para que dejen de serlo, vivan y trabajen mejor.
Todo eso no aparece en el discurso del Presidente, cada vez más monotemático, falso e hiriente con las organizaciones a las que pretende echar la culpa del fracaso de esos programas en el pasado, al mismo tiempo que ofrece un porvenir luminoso y alejado de la delincuencia a los beneficiarios de sus tarjetas, a quienes les transferirá, por ejemplo, la fabulosa cantidad de 26 pesos diarios, pero sin advertirles que es a costa de cancelarle a su familia la posibilidad de acceder a programas más sustanciales, como los de dotación de servicios y vivienda, aspectos que sufrirán un dramático retroceso.
Basta un ejemplo de la dimensión del problema que significa acabar con la pobreza en México y que ilustra el engaño de quienes pretenden reducir su eliminación a la entrega de monederos electrónicos. Hace poco más de un año, con motivo del “Día Mundial del Agua”, el Inegi reportó que más de 44 millones de mexicanos no tienen en sus hogares dotación diaria de agua sino que la reciben esporádicamente, muchos una sola vez a la semana, y que 8.5 millones de mexicanos carecen de agua potable en sus hogares. Este año, según los datos del Coneval, el problema se agravó, pues ya son 9.3 millones de personas las que carecen de acceso al agua mediante una toma en sus viviendas.
Ese problema no lo pueden resolver por su cuenta cada uno de los millones de afectados, que a esa carencia suman muchas otras porque pertenecen a los sectores de más bajos ingresos y es obvio que el dinero que les entregará el gobierno a través de las tarjetas (cuando finalmente lo haga, porque es pública la ineficacia y el sesgo partidario en la aplicación del “censo del bienestar” y hay millones de mexicanos a los que les cancelaron programas anteriores y ahora no reciben nada) no les alcanzará para perforar un pozo, un tanque elevado y una red de distribución domiciliaria, por lo que esos millones y muchos más que se acumulan cada año seguirán sin agua en sus hogares, con todos los problemas de sanidad que se derivan.
Se entenderá así la razón que asiste a decenas de miles de habitantes de colonias populares que se han visto en la necesidad de manifestarse en la Secretaría de Gobernación y en otras dependencias para exigir que el gobierno de Morena cumpla su palabra de apoyar a los más pobres, en este caso con obras hidráulicas contantes y sonantes. La respuesta no puede ser un discurso donde se manejen “otros datos” sobre el problema, sino acciones concretas que lleven agua a quienes no la tienen.
Cada vez más gente le exige al Presidente que termine de una buena vez de hacer discursos con las “tarjetas milagrosas” de unos cuantos pesos y de verdad se ponga a hacer obras transformadoras de la vida de la gente pobre, por ejemplo, eliminar totalmente la carencia de agua potable. De otra manera, las protestas aumentarán en número y en intensidad, y no por culpa de los antorchistas, sino de la terca realidad nacional de pobreza y marginación, que no entiende más datos que los verdaderos.