Matando a la gallina de los huevos de oro la clase empresarial no puede esperar un repunte en la productividad de sus fábricas. Una clase obrera hambrienta, enfermiza y débil físicamente es incapaz, por más que quiera, de rendir a los niveles que le exigen los patrones a cada instante. Ya en los inicios del capitalismo en Inglaterra, las jornadas de trabajo llegaron a ser hasta de 18 horas, lo cual provocó una gran mortandad entre los obreros y una degeneración física de los descendientes.
Surgieron las primeras luchas obreras, no siempre bien orientadas, como el movimiento ludita que identificaba como su enemigo de clase a las máquinas en vez de a los patrones, el cartismo que, aunque superó con mucho al ludismo, cifró demasiadas esperanzas en una carta, en la cual plasmaron sus demandas, apoyada con millones de firmas, etc. Pero la situación llegó a tal grado, que el gobierno tuvo que intervenir (aparentemente a favor de los obreros, pero en realidad para favorecer a los capitalistas) para que se reglamentara la reducción de la jornada de trabajo infantil, en primer lugar, y ya posteriormente la de las mujeres, hasta llegar, siglos después, a la jornada laboral de 8 horas que actualmente rige en todo el mundo, aunque muy pocos países la respetan en los hechos.
Con los recortes presupuestales a cargo del gobierno federal de extracción morenista, la desigualdad social en nuestro país se está acrecentando día con día: cada vez hay más millones de desempleados, hay miles de hospitales sin medicamentos y sin personal suficiente para atender debidamente a miles de pacientes diariamente, el gobierno de la 4T ya desapareció el subsidio para el programa de la detección del cáncer de mama, las guarderías han tenido que cerrar por falta de recursos para su funcionamiento dejando a millones de madres trabajadoras sin opción de atención para sus hijos, millones de niños abandonan la escuela para trabajar, etc., etc. Y, por otro lado, el empresario Salinas Pliego, al convertirse en “intermediario” del gobierno, aumentó su fortuna en un 56% en tan sólo los cuatro primeros meses de la era morenista. Que no nos sorprenda que antes del final del sexenio llegue a ser el hombre más rico del mundo, según la revista Forbes.
En el trigésimo séptimo periodo de sesiones de la Comisión Económica Para América Latina y el Caribe (CEPAL), celebrado en La Habana del 7 al 11 de mayo del año pasado, se concluyó: “Las desigualdades de acceso a la educación y la salud, al reducir las capacidades y las oportunidades, comprometen la innovación y los aumentos de productividad. Cuando una persona abandona sus estudios antes de terminar la educación primaria o secundaria, su potencial productivo se resiente por el resto de su vida activa. El menor salario que recibirá (…) respecto a trabajadores con más años de educación formal es un indicador de la pérdida de productividad y bienestar que conlleva ese abandono. La magnitud de esta pérdida es muy elevada a lo largo del tiempo. El costo para la sociedad no se agota en la pérdida futura de ingresos de la persona que no continúa sus estudios… en otras palabras, el beneficio social de la inversión en educación va más allá del beneficio privado. Cuando la desigualdad impide el acceso a la educación, sus efectos no son localizados, sino que además se difunden, afectando el conjunto del sistema económico”.
Es de todos sabido que, al interior de todas y cada una de las fábricas, los patrones están siempre presionando al trabajador para que aumente la producción. Para ello utilizan varios métodos con distinto grado de eficacia. Uno de los que más les da excelentes resultados es el de chantajear al obrero activo con el desempleado. Ante cualquier protesta provocada por la intensidad del trabajo, por la presión para producir más, por los maltratos o, incluso, por el acoso sexual a las obreras jóvenes, la típica respuesta del patrón, gerente o supervisor es: “si te parece y si no, la puerta está muy abierta, al fin y al cabo afuera hay como cien esperando ocupar tu lugar”. Así de manera tajante termina la protesta y comienza la humillante y eterna sumisión.
No obstante, hay patrones, aunque uno entre mil, que de manera astuta y “por la buena” se ganan a sus trabajadores, logrando así, obtener apreciables resultados en su obstinada lucha por aumentar la productividad y con ello sus ganancias a toda costa. En efecto, los apoya en algunas fiestas, les subsidia alguna que otra borrachera, les otorga incentivos a los más productivos, etc. Lo poco o mucho que invierta en este tipo de menesteres es, de todos modos, a final de cuentas, totalmente improductivo a mediano y largo plazo ya que los obreros, tarde o temprano bajarán su rendimiento y con ello la productividad de la fábrica. Otra inversión mucho más productiva, perdurable y ascendente sería aquella que le permita a la clase obrera acceder al sistema educativo en todos sus niveles y al sistema de salud para cualquier necesidad, sea esta pequeña o de gran relevancia. Con ello, afirma el estudio de la CEPAL, se tendría una clase obrera mucho más sana y preparada que no sólo rendiría altos niveles de productividad, sino que también, estaría en posibilidades de aportar innovaciones a la organización técnica del proceso productivo, además de incursionar en el campo de las invenciones tecnológicas. Hacerles comprender esta última vía a la clase patronal depende, en última instancia, de un alto grado de organización y concientización de la clase obrera mexicana, porque llegado el momento, tendrá que luchar como un solo hombre para poder crearse esas nuevas condiciones sociales. Que así sea.