Laura Castillo García
Por la naturaleza de mi trabajo he vivido en varias ciudades capitales de estados de la República Mexicana y, en todas, he encontrado dos mundos: la opulencia y la pobreza. Así, los centros históricos de Querétaro, Puebla, Michoacán y Ciudad de México no tienen nada que ver con las colonias de la periferia en las que he encontrado comunidades con 20 años de existencia pero sin agua potable, drenaje, electricidad o cualquier otro servicio urbano básico que hace más amable la vida incluso para los que menos tienen.
En el municipio de Corregidora, Qro., fui a hacer un reportaje a una colonia en la que no sólo había telarañas de cables de luz en el aire, sino en el suelo mismo sin importar que en ellas los niños jugaran futbol o canicas, y el gobierno municipal no hacía nada por remediar la situación con el pretexto de que era una colonia irregular, pese a que ésta tenía 15 años de existencia.
O sea, me he encontrado con un total abandono de los gobiernos municipales o estatales respecto a las colonias populares o las comunidades campesinas; a juzgar por las apariencias, lo único que les importa a los gobiernos es que su centro histórico luzca bien para que la gente crea que hacen correctamente su trabajo, como es el caso de Puebla, la cual ahora no sólo invierte en su centro histórico, sino en plazas comerciales de lujo para satisfacer las necesidades de un grupo social bastante definido.
Afortunadamente, en el país hay ejemplos de gobiernos humanos y sensibles que sí cumplen sus promesas de campaña y, desde antes de tener el poder municipal, en los casos que yo conozco, trabajan para beneficio de los que menos tienen.
Es el caso de los gobiernos municipales de Tecomatlán y Huitzilan de Serdán, en el estado de Puebla, y de Ixtapaluca y Chimalhuacán, en el Estado de México. A excepción de Ixtapaluca, los otros tres municipios han presentado una pobreza homogénea en todo su territorio, pero todos tienen un común denominador: sus presidentes municipales son, y han sido desde hace varios años, militantes del Movimiento Antorchista Nacional, por lo que durante sus gestiones administrativas han aplicado uno de los principios de gobierno fundamentales del antorchismo: ejercer la justicia distributiva a través de la construcción de obra pública benéfica para sus gobernados, por lo que la mayoría de los recursos de la hacienda municipal se destinan a obras de infraestructura, educativas, de salud, deportivas y recreativas. Con ello, los cuatro municipios mencionados han sufrido transformaciones radicales gracias a su trabajo constante.
El antorchismo de Chimalhuacán va a cumplir 28 años de existencia en ese municipio y 16 de gobernarlo. En este breve lapso histórico, los gobiernos antorchistas han convertido en un ejemplo nacional de desarrollo y progreso al que hasta el año 2000 fuera el municipio urbano más pobre del país. Tan es así, que el año pasado ese municipio mexiquense ocupó el primer lugar entre los municipios mejor gobernados del Valle de México, quedando por encima de las 16 delegaciones de la Ciudad de México, la mayoría gobernada por militantes del PRD, y los cinco municipios mexiquenses conurbados al Valle de México, a saber Ecatepec de Morelos (la tierra del Gobernador del Estado de México), Nezahualcóyotl y los industrializados Tlalnepantla y Naucalpan.
Un Chimalhuacán amable y más humano para todos, en donde hay más seguridad, justicia distributiva y, por tanto, un desarrollo integral y sostenido, ha sido el resultado del trabajo cotidiano de cinco administraciones públicas encabezadas por destacados militantes antorchistas, quienes en todo momento han trabajado con las organizaciones sociales aglutinadas en el Proyecto Nuevo Chimalhuacán y, por supuesto, de la mano de la gente.
Gracias al trabajo conjunto entre pueblo y gobierno, en tan solo 16 años Chimalhuacán ha abatido el rezago urbano acumulado durante 27 años contados antes del año 2000. En esa tierra de guerreros ahora florece un nuevo Chimalhuacán con cobertura de servicios básicos casi al 100 por ciento, escuelas, centros de salud, deportivos, teatros, plazas públicas bellas y armónicas en las que las familias conviven sanamente y, con ello, se va regenerando y fortaleciendo el tejido social indispensable para alcanzar una mejor calidad de vida.
Chimalhuacán, al igual que Tecomatlán, Huitzilan de Serdán e Ixtapaluca, entre otros, son reales y verdaderas historias de éxito, que dan ejemplo de qué camino seguir para abatir el rezago social en que viven millones de compatriotas y construir un país más amable y humano para todos los mexicanos.