Laura Castillo García
Vocera del Movimiento Antorchista en el Estado de México
A escasos ocho días de haber elegido, mediante el voto ciudadano, a la nueva presidenta de México; a senadores, diputados federales y locales, y a presidentes municipales y a sus cabildos, los beneficiarios de pensiones y programas sociales están más preocupados por cuándo les caerá dinero en sus cuentas, que por el estado de inseguridad en que se encuentran sus ciudades, comunidades o colonias o, bien, por la falta de clínicas de salud, escuelas en buen estado, salarios bajos y, lo que es peor, por la escasez de agua que sufren sus hogares y menos se interesan por la falta de agua para uso agrícola, lo que disminuye los cultivo, lo que trae como consecuencia menor producción y, por tanto, encarecimiento de los productos del campo o bien, el problema deriva en una mayor importación de productos agrícolas del extranjero.
La sociedad mexicana sigue siendo desigual a pesar de que, el pasado 2 de junio, hayamos vivido una “fiesta de la democracia” tranquila en la que la mayoría de los votos ciudadanos favorecieron a la doctora Claudia Sheinbaum Pardo, quien, por cierto, sólo recibió poco más de 35 millones de votos de los más de 98 millones de electores registrados ante el Instituto Nacional Electoral (INE). Claro que 15 millones de votos se los llevó la candidata de la coalición PRI, PAN Y PRD-el cual, por cierto, parece que perderá su registro como partido político– y, el representante del Movimiento Ciudadano obtuvo casi 5 millones 800 mil sufragios.
Si sumamos esas cantidades, los ciudadanos que ejercieron su derecho al voto fueron poco más del 57 por ciento y la ungida presidenta electa sólo tocó a un tercio de los votantes. Como quiera que sea, Sheinbaum Pardo es la presidenta de México electa y eso nadie lo puede cambiar.
Coincido con quienes dicen que Sheinbaum resultó ganadora porque todo el poder del Estado estuvo a su favor y es que no sólo era la mayormente conocida porque gobernó la Ciudad de México durante más de cinco años, sino que durante todo ese tiempo también tuvo el apoyo incondicional del presidente de la república, quien no desperdició ocasión para hacerle propaganda tanto de su candidata como a las bondades que alcanzó su gobierno, al que llamó “Cuarta transformación” con el objeto de equipararlo a otros grandes movimientos sociales ocurridos en el pasado y que configuraron la república democrática que hoy es México. Francamente, lo hecho hasta ahora por el gobierno del presidente López Obrador no se compara ni en lo más pequeño con los movimientos de Independencia, Reforma y Revolución Mexicana, protagonizados por valientes y arrojados mexicanos, tanto pueblo como intelectuales.
No sabemos a qué bondades de la 4T se ha referido el Mandatario durante seis años; lo que sí reconozco es que otorgó apoyos directos –como pensiones o programas sociales– a millones de personas vulnerables que, por su condición, no pueden salir a ganarse la vida, pero que también ha traído como consecuencia que muchos de los otrora mexicanos trabajadores y creativos, ahora se conformen con el poco dinero que les cae cada dos meses, con el que resuelven algunas cuestiones elementales.
La democracia, entendida como la entrega de votos para elegir a un representante de los ricos del país para que gobierne durante seis años o, mejor dicho, para que controle a las masas empobrecidas y éstas no se rebelen ante su triste situación, no nos lleva a la construcción de un país en donde todos tengamos empleo, y bien remunerado, y que en las colonias populares haya infraestructura moderna y funcional para que los niños tengan escuelas de calidad; los adultos mayores tengan centros de salud para atender las enfermedades que por el trabajo o descuido personal pudieran haber atendido y para que los niños y jóvenes tengan espacios deportivos y recreativos para que se desarrollen integralmente. Eso es realmente lo que requerimos para acabar con la sociedad desigual en la que vivimos, además de que construiríamos una verdadera sociedad democrática, donde todos podamos gozar de los beneficios de la vida moderna. La democracia, vista desde el punto de vista de dar votos a un representante de los ricos… no sirve; serviría si esos votos se los diéramos a un verdadero representante del pueblo que trabaje para beneficio del pueblo y de todos los mexicanos.
Muchos aseguran, y estoy de acuerdo con ellos, que con las pensiones y los apoyos directos, más que incentivar la creatividad y el ingenio mexicano tan reconocido en el mundo, poco a poco se va apagado; o sea, más que beneficios, el dinero “bienestar” trae como consecuencia, en millones de mexicanos, una actitud comodina, sin ambición y egoísta porque a la gente ya no le interesa trabajar en equipo para mejorar la infraestructura de su colonia, comunidad o edificio; ahora lo que interesa es tener dinero en su “tarjeta Bienestar” para gastarlo en lo que más le conviene.
Si antes, en las colonias populares, la gente se organizaba para hacer gestiones y mejorar el área de juegos infantiles, ahora ya no lo hace por temor a que los funcionarios “bienestar” les quiten los “apoyos directos” porque el presidente dice que esos son individuales y que si se organizan para solicitar alguna mejora en su colonia o comunidad es porque son “corruptos”.
Con esos argumentos, lo que realmente hace el actual presidente de México es dinamitar las bases de las organizaciones sociales, las cuales han desaparecido gracias a los ataques presidenciales.
¿Cuántas organizaciones que se dicen nacionales lo son realmente? Es decir, ¿cuántas organizaciones sociales o políticas pueden presumir real y verdaderamente que tienen gente en todo el país y hasta en los rincones más alejados de la civilización? ¿Cuántas organizaciones pueden decir que, si alguno de sus militantes visita Tlaxcala, Monterrey, Los Cabos, Yucatán, Chiapas, la Sierra Negra de Guerrero o la Nororiental de Puebla, o cualquier otra comunidad lejana de Oaxaca o Baja California, entre otras, tendrá la posibilidad de encontrarse con una o varias personas que te abracen con cariño, te tiendan una mano o te ofrezcan su hospitalidad a pesar de no haberte visto nunca en su vida?
Eso sólo sucede en una organización social nacional, en el Movimiento Antorchissta Nacional que, desde hace 50 años, siembra “unión, fraternidad y lucha” entre sus militantes y simpatizantes. Sólo Antorcha puede presumir que entre sus militantes se desarrolla un cariño sincero y fraterno hacia todo aquel a quien consideren digno miembro de su organización, la cual no sólo les ha enseñado a luchar por mejores condiciones de vida, sino también a pensar, a analizar la situación política del país y, por tanto, a actuar en consecuencia.
En 50 años, Antorcha ha visto nacer y morir a otras organizaciones, pero ella está más viva que nunca, y tanto, que a pesar de descalificaciones y calumnias, este año festeja su cumpleaños 50 y sigue con sus actividades ordinarias, como es el evento que año con año realiza para conmemorar a los antorchistas que dedicaron hasta el último minuto de su vida a luchar por un país mejor para todos los mexicanos.
El Día de los Mártires antorchistas ordinariamente se celebra el 6 de junio, día en que caciques de Tecomatlán, Puebla, quisieron acabar con Antorcha, pero que no lo lograron. Este año, el antorchismo nacional refrendará su compromiso de seguir luchando hasta el último aliento de sus vidas, así como lo han hecho cientos de antorchistas caídos por diversos motivos.