Maricela Serrano Hernández
Ixtapaluca, México.- Desafiados por la marginación, la inequidad, la pobreza extrema, la falta de oportunidades, las fuertes diferencias sociales existentes que hacen a unos pocos tenerlo todo y hasta de sobra, y a la gran mayoría carecer incluso de lo elemental para llevar una vida humanamente digna, y hastiados de la corrupción imperante en el poder público, concebido desde un individualismo egoístamente perverso que ve el servicio público como la oportunidad de enriquecerse con el dinero del pueblo, hace apenas 30 años llegó, a la colonia Cerro del Tejolote, del municipo de Ixtapaluca, Estado de México, un movimiento que tenía, tiene y tendrá la fuerza poderosa que da la conciencia de un pueblo organizado, de un pueblo que une un flaco con otro flaco, pero que no son dos flacos, sino que son un solo hombre, con un solo ideal, con una esperanza firme y cierta que les indica que mientras no se esté muerto, se puede seguir luchando de manera organizada, no sólo para resistir los problemas del día a día, sino para buscar la liberación a la que el pobre y el oprimido tienen derecho, y recuperar así su integridad, su dignidad esencial de ser humano.
La llama siempre viva de la Antorcha Humana que llegó al cerro del Tejolote, nos recuerda siempre la sensibilidad con que fue recibida esa luz, fundamentalmente por la mujeres; esposas y madres que se rehusaron a ser relegadas, a ser consideradas tan sólo fuerza auxiliar del hombre, por lo que abrazaron para siempre esa llama que desde entonces las ilumina.
La luz de la Antorcha brilla desde entonces porque las mujeres, cabezas de familia, también aprendieron a ser protagonistas luego de cuestionarse qué mundo querían dejarles a sus hijos. ¿Tenían que conformarse con ser pobres toda la vida, por no tener infraestructura hidráulica y sanitaria que les permitiera llevar una vida digna? ¿El pueblo pobre y trabajador no merece tener un empleo digno y un techo decoroso? ¿No merecen nuestros hijos ingresar a todos los niveles de educación?
Y el sector popular encabezado por las mujeres guerreras, por las mujeres intrépidas y valientes, sensibles y amantes de los suyos, tiernas y fuertes, alzaron la cabeza y respondieron: generar, pero de manera organizada, como lo que somos, un pueblo organizado que puede y debe velar por el bien del todo, y la fuerza se hizo obra. Porque se da vida pariendo a una nueva criatura, y a esas criaturas se les da vida digna pariendo una nueva estructura social que le dignifique con oportunidades de educación y cultura, arte y poesía, cine y canción, danza y reflexión, deporte y sana competición, que permitan la creación del hombre nuevo que pueda encontrar sus verdaderos limites a través de acceder a todas las actividades de la vida humana, y están demostrando que lo podemos hacer todo con unidad, dedicación y constancia, lucha, esfuerzo y valor.
Las mujeres antorchitas, esposas y madres han enseñado con su ejemplo, a sus hijos e hijas, que el nuevo ser humano nunca puede ser sometido a las cadenas del egoísmo vil que genera corrupción y muerte; que contra ese modelo de hombre o mujer echado a perder, se tiene que luchar para forjar desde el interior al ser humano auténtico, al que encuentra en sus adentros la fuerza que le da la energía para luchar día a día sin claudicar en su ideal, por construir un mundo donde las desigualdades sociales no terminen por someter o asesinar al hermano.
El pueblo organizado y consciente lleva tatuada, en mente y corazón, la convicción profunda de velar por el bien de todos, que es responsabilidad de cada uno cuidar al compañero y hermano de lucha, pues se tiene claro que la fraternidad auténtica es principio de unidad, de solidaridad, de respeto a las diferencias, de trascendencia hecha vida, en el aquí y ahora que nos toca construir, desde la memoria histórica de un pasado glorioso que nos precede y un futuro esperanzador que nos lanza a no claudicar y ser consecuente con nuestros ideales de creación de un mundo con justicia social.
Y si dentro del pueblo organizado reconocemos el papel de la mujer, consecuentes con nuestros principios también reconocemos a los hombres de trabajo, a los cientos de padres de familia que con su flama conforman la llama viva de la Antorcha Popular; ellos también han entendido la necesidad de organizarse y trabajar hombro con hombro con sus hermanos de clase.
Celebramos a los compañeros que movidos por la legítima preocupación de sus familias, de sus vidas, de sus personas, decidieron enfrentar el sufrimiento y la violencia causada por la marginación y la pobreza. Creció la convicción de que las llagas persistentes del hambre y la pobreza, de las injusticias, las desigualdades sociales y económicas, el desequilibrio en acceder a los bienes colectivos, tenían que cambiar, debían ser transformados. Se tomó conciencia de que el sistema económico genera explotación y desequilibrio, y que este desequilibrio no sólo no respeta la dignidad de las personas, sino también llevaa la gente al consumismo que pone en riesgo su propia conciencia social, por lo que tenía que ser enfrentado el monstruo de la explotación y el desequilibrio, mediante la organización, la unión, la fraternidad y la lucha social.
El pueblo pobre pero organizado ha aprendido a discernir que el crecimiento de las desigualdades y las pobrezas ponen en riesgo la democracia inclusiva y participativa, y con ello su plena libertad. Aplaudimos a los cientos de mujeres y hombres organizados que un día, desde el cerro del Tejolote, se sumaron al Movimiento Antorchista y hombro a hombro han luchado desde entonces para vencer las causas estructurales de las desigualdades y de la pobreza. ¡Sí a la cultura, sí al deporte, sí a la asistencia sanitaria y al trabajo bien remunerado para todos! Fue el grito de lucha por una vida digna.
Hoy, con orgullo podemos decir que los hombres y las mujeres de Ixtapaluca que hace 30 años confiaron en Antorcha, gozan de una estructura educativa que va desde preescolar hasta estudios universitarios de especialización; de una estructura cultural de vanguardia, donde nuestros hijos -sí, los hijos de los pobres- son los protagonistas, son los que crean música, danza, teatro, poesía, pues los hemos arrancado de las manos perversas de la droga, la violencia y la exclusión social, y les hemos ofrecido -con nuestra lucha organizada, con nuestro ideal de ser un solo hombre y una sola mujer- escuelas, trabajos dignos, espacios públicos de esparcimiento y recreación.
Hemos habilitado instancias de participación ciudadana, servicios sanitarios, acceso a los servicios básicos, porque 30 años nos han enseñado que el pobre jamás debe resignarse a su pobreza, que el poderoso egoísta y explotador nunca lo incluirá y que su inclusión debe ser fruto de un ideal colectivo que enraice en la conciencia social y que los haga hermanos de clase, con conciencia de su dignidad.
El Movimiento Antorchista no se contenta con promesas ilusorias, excusas o coartadas. Los 30 años de lucha en Ixtapaluca nos han enseñado a no esperar con los brazos cruzados. Los pobres ya no esperamos, somos protagonistas, somos organizados que estudiamos, trabajamos, reclamamos y, sobre todo, practicamos solidaridad con los que sufren, con los pobres que han sido olvidados. Hemos aprendido que “solidaridad” no puede ser sólo una palabra bonita: solidaridad es pensar y actuar en términos de comunidad; solidaridad es participar en la lucha contra las causas estructurales que generan pobreza y desigualdad, falta de trabajo, falta de tierra y vivienda; solidaridad es enfrentar los destructores efectos del imperio del dinero, la droga, la violencia, la ignorancia.
Hemos aprendido juntos que ser antorchistas es ser luz, es ser llama que se consume día a día haciendo historia; una historia que transforma al pobre olvidado en un hombre nuevo que con olor a barrio, hace un pueblo de unidad, fraternidad y lucha.
Nuestro movimiento popular no tiene miedo a que nuestra voz se escuche, y que algunos la escuchen poco o finjan no escucharla; no nos importa que moleste e incomode al poderoso que tiene miedo al cambio. La voz del pueblo pobre pero organizado tiene conciencia de su ideal: crear al hombre nuevo y la estructura social en el que cada hermano pueda tener tierra, techo, trabajo, educación, deporte y cultura, esa voz sigue y seguirá clamando, gritando y construyendo el mundo nuevo.
El Movimiento Antorchista no es una idea, es una realidad que transforma e ilumina la vida del hombre nuevo, del hombre renovado, del hombre con ideales y con la fuerza de llevarlos hasta su consecución.