Aquiles Córdova Morán
Como seguramente mucha gente ya sabe, la presidenta municipal de Texcoco, profesora Delfina Gómez Álvarez, secundada por la mayoría de su ayuntamiento y por “destacados izquierdistas” como Horacio Duarte e Higinio Martínez, sus “asesores”, ha desatado una cacería radical contra los antorchistas de “su” municipio, que se mueve en tres frentes distintos y complementarios: 1) el frente mediático, que da “información” sobre las “fechorías y delitos y de ese grupo criminal de extracción priista”, dirigida tanto a la gente en general como a las autoridades a las cuales, además de acusarlas de “proteger al grupo delictivo”, se les exige que actúen “con toda energía para frenar sus ilegales acciones”; 2) el frente “jurídico”, con denuncias formales contra un supuesto guardaespaldas de la presidenta de Ixtapaluca, la antorchista Maricela Serrano Hernández, y contra la dirigente del antorchismo texcocano, Rosa María Morales, con el muy noble propósito de refundirlos en la cárcel; y 3) el frente policiaco y de empleo directo de la fuerza pública, invocando insistentemente la “ayuda” de los gobiernos estatal y federal para reforzar la capacidad represiva de la policía municipal de Texcoco y, de ese modo, “enfrentar a ese grupo violento” para desalojarlo de sus domicilios y colonias, expulsarlo de Texcoco y restablecer así la “armonía y tranquilidad” de la sociedad.
Ante tan radicales amagos, me parece inevitable preguntar, y también que la propia gente se pregunte: ¿cuáles son, pues, los nefandos crímenes de los antorchistas; en qué consisten y de qué magnitud y gravedad son; qué daños tan profundos e irreversibles causan a la sociedad como para que se les considere tan corrosivos para la paz y la tranquilidad sociales? ¿Qué clase de perversiones, abusos y monstruosidades están cometiendo para alarmar de ese modo a la profesora Gómez y a sus seguidores? Intentemos algunas posibilidades de respuesta. ¿Será que alguien ha sorprendido y filmado a un importante líder antorchista embolsándose los billetes (y hasta las ligas) sonsacados de mala manera a un aventurero rico como Carlos Ahumada? ¿Será que la profesora Gómez y su ayuntamiento ya recibieron la solicitud formal de este aventurero defraudado para confiscar los subsidios oficiales del antorchismo (subsidios que, por supuesto, no existen en nuestro caso) y así poder recuperar el dinero que le birlaron? ¿O será que descubrieron al tesorero de Maricela, o al del presidente municipal de Chimalhuacán, también antorchista, jugándose en un casino de Las Vegas los millones de pesos del erario bajo su administración?
Suma y sigue. ¿Habrán sorprendido a los diputados antorchistas metiendo de contrabando, escondido en la cajuela de un coche, a un “narcodiputado” para que pudiera protestar el cargo y evadir la acción de la justicia? ¿O habrán descubierto que Enoc Díaz Pérez, presidente municipal de Solistahuacán, Chiapas, quien secuestró y torturó a un grupo de empresarios, no es perredista como dice la prensa, sino antorchista? ¿O quizá se habrán ofendido porque un importante funcionario de algún ayuntamiento antorchista, en estado de ebriedad y en compañía de una respetable dama cuya reputación puso así en peligro, estampó su carro contra un poste del alumbrado público? O peor aún, ¿habrán obtenido fotografías donde el diputado Jesús Tolentino Román Bojórquez aparece abrazando y levantando el brazo en señal de victoria a un candidato que, ya como funcionario, ha resultado ser miembro del cártel de los “guerreros unidos”? O bien finalmente, y sólo para no ser prolijos y ahorrar espacio, ¿será que la profesora Gómez y su gente ya encontraron pruebas fehacientes y suficientes de que quienes secuestraron y muy probablemente sacrificaron brutalmente a los 43 jóvenes normalistas de Ayotzinapa, no son José Luis Abarca, alcalde de Iguala, y su esposa María de los Ángeles Pineda (ambos perredistas), en connivencia con policías bajo su mando y con los jefes de “guerreros unidos”, sino los antorchistas de todo el país, y en particular los texcocanos con Rosa María Morales a la cabeza? Cualquiera de estos crímenes, ciertamente, justificaría la campaña de exterminio que ellos proponen.
Pero aunque usted no lo crea, amigo lector, ninguno de estos delitos, ciertos y del dominio púbico, se imputa a los antorchistas; su crimen es otro, a los ojos de Delfina Gómez y los suyos mucho peor que cualquiera de los anteriores: ese crimen es atreverse a lotificar, sin permiso de los zares texcocanos, un terreno de su legítima propiedad para dotar de vivienda a cientos de familias pobres que carecen de ella. Este es el incalificable atropello a la ley y al Estado de derecho que tiene fuera de sí a la presidenta y a sus “asesores” quienes, para mejor justificar su rabia y la saña y sevicia con que tratan de erradicar al antorchismo, comenzaron hablando de “invasión ilegal” del predio; luego, desenmascarados por el diputado Jesús Tolentino Román, quien con documento en mano probó la legítima propiedad del terreno, ahora vuelven a su sobada cantilena de “fraccionamiento ilegal” (ilegal porque ellos se niegan a otorgar los permisos respectivos a esa pobre gente sin vivienda) e insisten en la sucia e indigna tarea de desinformar y envenenar a la opinión pública texcocana acusando de daños ambientales, crecimiento desordenado y “grave carencia de servicios” a los “asentamientos ilegales antorchistas”. Inflan hasta el ridículo el caso de un supuesto guardaespaldas de Maricela Serrano que portaba, dicen, una pistola calibre 9 mm sin el permiso correspondiente, pero evitan mencionar que la detención se dio en un operativo igualmente ilegal, ordenado por ellos para reprimir el derecho a la libre manifestación de las ideas, y que todo esto ocurre en el marco de la próxima elección de ayuntamiento en Texcoco en la cual el enemigo a vencer es el Dr. Brasil Acosta Peña, a quien no cesan de ofender y satanizar por “antorchista”. Ya se sabe: para los ratones, no hay peor fiera que el gato.
Así las cosas, es claro que tras la campaña no hay nada de lo que dicen sus autores, sino sólo el turbio interés de conservar el poder municipal con malas artes: con calumnias, con represión física y con encarcelamiento de sus enemigos. ¿Qué otras armas podrían emplear estas gentes, tan corrompidas y desviadas de su supuesto izquierdismo original por la riqueza escandalosa que han obtenido al amparo del poder político que detentan? Pensando en eso, me acordé del poema del gran cubano Nicolás Guillén titulado “El mal del siglo”. De él extraigo los fragmentos que mejor convienen, a mi juicio, a Delfina Gómez y coribantes; y a todos ellos los dedico con mis mejores deseos de que en algo les aproveche:
“Señor, señor, ¿por qué odiarán los hombres / al que lucha, al que sueña y al que canta? / ¿Qué puede un cisne dulce / guardar sino ternuras en el alma? / ¡Cuán doloroso es ver que cada ensayo / para volar, provoca una pedrada, / un insulto mordaz, una calumnia!… / ¿Por qué será la humanidad tan mala? / ¿Por qué junto al camino de la gloria / siempre la envidia pálida / acecha el paso del romero cándido / y le lanza su flecha envenenada? / Almas que se revuelcan en el lodo / ¿Por qué serán las almas / que siempre han de manchar la vestidura / de aquel que lleva vestiduras blancas?… / Estos hombres de ahora sólo piensan / en el oro, que enfanga / todas las limpideces de la vida / y todas las alburas de las almas / …Y manos que se esconden en la sombra / son las manos que clavan / el puñal de imprevistas cobardías / y traiciones satánicas / sobre todos los pechos sin amparo / y todas las espaldas…” Eso y no otra cosa son Delfina Gómez y seguidores, “almas que se revuelcan en el lodo” y que clavan el puñal de la calumnia, de la amenaza y de la discriminación xenofóbica sobre los pechos sin amparo de los antorchistas y sus dirigentes. Y quiero, debo terminar, como termina el poeta, aunque a muchos les parezca autoalabanza y se burlen de ello: “Yo no puedo vivir en este siglo / sin cerebro y sin alma / Señor, señor: yo soy águila o cisne: / dame una cumbre altiva, como al águila, / para olvidar en ella / mi lírica nostalgia, / o igual que al cisne, dame / como suprema gracia / un lago silencioso y solitario, / de ondas azules y de espumas blancas”… Vale.