Aquiles Córdova Morán
La embestida contra el gobierno mexicano, en mi opinión atizada desde el exterior, aprovechando la delicadísima coyuntura de los 43 jóvenes normalistas desaparecidos en Iguala, Guerrero, y el descontento de algunos grupos económicamente poderosos a los que se cometió el “error” de rozar ligeramente con la reforma fiscal, parece centrarse en los últimos días en el Secretario de Hacienda, según indica la acusación de peculado y corrupción que acaba de lanzarle el influyente diario norteamericano The Wall Street Journal.
La denuncia, muy “oportuna” y dirigida con precisión, ha encontrado eco rápidamente en analistas nacionales que se ha apresurado a añadir sus propios cargos y acusaciones contra el Secretario, Dr. Luis Videgaray, culpándolo de la pérdida de valor del peso frente al dólar y de la caída en picada de los precios del petróleo, además de ser soberbio, prepotente y de sentirse el amo del gabinete del presidente Peña Nieto. A mí nadie me ha designado defensor de oficio de nadie, y no son precisamente las acusaciones personales en contra del Secretario de Hacienda, o el daño que puedan causar a su imagen pública, los que me preocupan, sino la grosera distorsión de la realidad económica mundial y nacional que implican las imputaciones sobre el manejo de la economía, así como la manipulación de la opinión pública que encierran al desinformarla con el claro fin de gobernar su comportamiento, además de dejar en la sombra a los verdaderos culpables y beneficiarios de la crisis.
Es un conocimiento elemental saber que el valor de una moneda medido en términos de otra distinta, o en términos del patrón universalmente aceptado para el comercio mundial (el dólar en este caso), depende enteramente, en una economía de “libre mercado”, de la famosa ley de la oferta y la demanda. Dicha ley, en pocas y sencillas palabras, dice que cuando en el mercado hay menos compradores que vendedores de un producto cualquiera, o lo que tanto vale, que cuando se pone a la venta una cantidad de cualquier mercancía mayor que aquélla que los consumidores necesitan o pueden pagar, la consecuencia inevitable es el desplome de su precio. Y recíprocamente, que cuando escasea un producto, o cuando su demanda es mayor que la cantidad que ofrecen en el mercado sus productores o fabricantes, su precio se va a las nubes, también de modo inevitable. Ahora bien, el dólar (o cualquier otra moneda extranjera) es una mercancía que se vende a través de los bancos, y es allí donde pueden adquirirla, prácticamente sin ninguna restricción, es decir, en las cantidades que deseen o necesiten, los compradores. Esto implica que su “precio” en pesos se rige por la ley de la oferta y la demanda y que, por tanto, un incremento súbito de dicho precio, tal como está ocurriendo en estos días, sólo puede ser la consecuencia de una elevación brusca de la demanda provocada por algún factor perturbador del correspondiente equilibrio. La explicación completa y correcta de un hecho así no puede, por tanto, reducirse a culpar a un Secretario de Hacienda, por poderoso que sea; tampoco puede limitarse a la afirmación tranquilizadora del Banco de México de que estamos preparados, gracias a las “altas reservas de dólares del país”, para hacer frente al problema “que nos viene de fuera”, y elevar la oferta de dólares en 200 millones diarios para equilibrar el exceso de demanda. ¿Cuánto tiempo resistiríamos semejante sangría?
Hace falta ubicar la causa del disparo de la demanda de dólares y, consiguientemente, la razón de fondo de la elevación de su precio y de la recíproca pérdida de valor del peso. Algunos medios bien informados y algunos especialistas en el tema aseguran que todo se desencadenó por un rumor “filtrado” por la Reserva Federal norteamericana en el sentido de que se dispone a decretar una sustancial alza de los intereses que se pagan a los ahorradores en dólares en Estados Unidos; por tanto, los especuladores que operan en México se han apresurado a cambiar sus pesos en dólares (es decir, han elevado en pocas horas la demanda) y a enviarlos a aquel país para aprovecharse de los nuevos y jugosos intereses que se les prometen. Si tal explicación es cierta, la pregunta pertinente sería: ¿qué tiene que ver en esto el Secretario de Hacienda? ¿Qué fue lo que debió hacer y no hizo, para que tenga sentido culparlo de la situación? A mi entender, la cuestión que interesa saber es si la prometida elevación de las tasas de interés es, o será, una realidad, o si se trata sólo de una maniobra más para desestabilizar al gabinete de Peña Nieto.
Respecto al desplome de los precios del petróleo, tampoco hay duda de que se debe al exceso de la oferta mundial de crudo. El problema estriba en explicar cómo, por qué y justo en estos momentos de grave crisis en el Cercano y Medio Oriente (el principal abastecedor de crudo en el mundo) la oferta, en vez de reducirse, se eleva hasta la saturación del mercado. Y no faltan explicaciones, si no absolutamente seguras, sí altamente probables. La prensa occidental, poco fiable en estos casos, echa la culpa a los productores Árabes y a la OPEP, alegando que son éstos, sobre todo Qatar y Arabia Saudita, los que han inundado el mercado con petróleo barato para hacer quebrar a los productores norteamericanos de petróleo de esquistos (muy caro en términos comparativos) y así obligarlo a consumir su producto. Pero analistas independientes más serios, desechan esta versión porque Qatar, los Emiratos Árabes y sobre todo Arabia Saudita, dicen, han sido siempre dóciles instrumentos de la geopolítica y los intereses económicos norteamericanos en la región; y hoy lo son más que nunca porque Estados Unidos apunta directamente a la cabeza de esas monarquías con el arma del Emirato Islámico, listo para invadirlas y derribarlas del poder a una simple señal de su creador y financiero principal. Así las cosas, concluyen, es materialmente imposible que los árabes pongan en práctica una política petrolera directamente apuntada contra los intereses de su socio y protector. La explicación sería otra, más sencilla y evidente: se trataría de un plan siniestro, prefabricado y rigurosamente ejecutado bajo la vigilancia de Estados Unidos y sus aliados europeos, con el fin de dinamitar en su base a la economía rusa que, ciertamente, basaba buena parte de su éxito en la exportación de hidrocarburos hacia la Unión Europea. En una palabra, se trataría de una nueva “sanción económica” contra Rusia para debilitarla y someterla a los propósitos de hegemonía mundial del Occidente capitalista
Y otra vez surge la pregunta: si es así, ¿cuál sería la responsabilidad del Secretario de Hacienda? Y al convertirlo arbitrariamente en el chivo expiatorio de la crisis, ¿no se está escondiendo y protegiendo a los verdaderos culpables que, con tal de lograr sus temibles propósitos, toman medidas unilaterales para dañar a su principal enemigo sin importarles un comino lo que suceda con sus “amigos” y “socios” débiles como México? Necesitamos todos mantenernos muy alertas para no dejarnos confundir ni arrastrar por la rabia justa ante crímenes odiosos como el secuestro de los estudiantes en Iguala. Porque un “remedio” dictado por la desesperación o por el odio, puede resultar peor, mucho peor, que la enfermedad que pretendemos curar.