Alejandro Torres
Corría los últimos meses para arribar al siglo XXI, la fecha no la puedo precisar, pero fueron los últimos meses de 1999. La información llegó escueta: Antorcha va a pelear la presidencia municipal de Chimalhuacán en el 2000, hubo expresiones de contento, creo que no se dimensionaba bien a bien lo descomunal del reto; en lo particular me vino a las mientes todo lo que implicaba y que quién propuso esta odisea, no baladronada. Seguramente, la idea ya tenía tiempo viajando por su mente, finalmente para eso nació Antorcha: para conquistar el poder y ponerlo al servicio de la humanidad en la construcción de una sociedad más justa y equitativa.
Así que los antorchistas de Chimalhuacán se pusieron manos a la obra: en los primeros meses de enero toda la maquinaria estaba trabajando para ganar la precampaña, a la que se sumaron varias decenas de organizaciones sociales que, de alguna manera, estaban inconformes con los abusos de poder de Guadalupe Buendía, “La Loba”, la otrora poderosa, en un todo al que llamaron Proyecto Nuevo Chimalhuacán (PNCh).
La Loba no era mujer de presencia impresionante, más bien era menudita, aparentemente inofensiva, pero tenía un poder ilimitado, alimentado desde las esferas del gobierno estatal, como quedó en evidencia en las pesquisas que motivaron lo hechos sangrientos del 18 de agosto del 2000: ponía y disponía de funcionarios del gobierno municipal, desde el presidente municipal, pasando por el director de seguridad pública, tesorería y el organismo de agua potable. Vendía terrenos a troche moche, como si fueran suyos, aunque tuvieran dueño o fueran de propiedad de la nación, como es el caso de la franja entre la Avenida de las Torres y el Canal de la Compañía, lo mismo en la parte baja que en las laderas del Cerro del Chimalhuache. El equipo de golpeadores de la Loba, además de numeroso era despiadado a la hora de la cobranza o a quien no se sometía a la orden de su patrona.
Para finales de marzo la primer batalla tenía su veredicto: el ganador de la candidatura era el que representaba el Proyecto Nuevo Chimalhuacán. Los priístas más rancios, junto con el Partido de la Revolución Democrática (PRD), ahora Morena, fueron derrotados. La molestia en el gobierno mexiquense era evidente, sus empleados perdieron, a pesar de todo el apoyo electoral y financiero que les dieron. La campaña fue por demás ríspida o, más bien, violenta: golpizas, amenazas, corretizas, intimidación.
La intensidad de la precampaña ameritaba un descanso para recuperar vigor y salud, así como para diseñar la campaña para asegurar el triunfo. Al regreso de las vacaciones de Semana Santa se iniciaría la campaña formal.
No hubo sorpresas, al igual que el ejercicio anterior, la campaña no fue diferente, sólo que esta vez era la violencia en su versión recargada; medio mes de abril transcurrió sin mayores sorpresas, en mayo las amenazas y la violencia en contra de los partidarios del PNCh era cosa de todos los días, el volumen de estas aumentaron en junio. Con todo y el apoyo oficial, sus grupos de golpeadores, lo priístas renegados que corrieron al PRD, el candidato de La Loba fueron derrotados.
Como era de esperarse, los derrotados no aceptaban el resultado electoral, barruntos de violencia se avizoraban. Las primeras escaramuzas se dieron frente a las oficinas del Instituto Electoral del Estado de México (IEEM) en la avenida Netzahuacóyotl, en Santa María Nativitas, los seguidores del PNCh se organizaron para resguardar las oficinas y los funcionarios encargados del recuento y entrega de la constancia de ganador. Un contingente de unos 200 “lobos”, encabezado por el candidato perdedor, intentó romper el cerco de resguardo: hubo una veintena de descalabrados; curiosamente un helicóptero de Televisa estaba a la hora precisa de la agresión y los hechos fueron grabados a detalle.
La constancia entregada al candidato ganador dio su veredicto final, el triunfador fue el candidato del PNCh, la entrega oficial al nuevo Ayuntamiento sería el 18 de agosto del 2000. En los primeros días del mes de agosto se llevaron a cabo las reuniones para la entrega-recepción: fueron tensas, “La Loba” reclamaba espacios, como la tesorería, el ODAPAS, encargada del agua potable, Obras Públicas, entre otras. La cosa se estaba poniendo fea, barruntos de violencia.
En los simpatizantes del PNCh y una inmensa mayoría de chimalhuacanos había gusto, reinaba la alegría por el éxito electoral. La entrega del edificio del Ayuntamiento sería a las 10 de la mañana del 18 agosto del 2000. Desde muy temprano se veía gente caminando desde lugares distantes para llegar a la explanada de la presidencia municipal, un espacio muy reducido, se tuvieron que habilitar templetes en las calles adyacentes a la Plaza Zaragoza donde se asienta el edificio que alberga la presidencia municipal y sus principales dependencias. Nadie imaginaba lo que ahí ocurriría, una mente sana no se puede imaginar tanta saña y barbarie.
El ambiente olía a muerte. En Piedras Negras, en la carretera Los Reyes-Texcoco, había un centenar de policías estatales, era el primer filtro; en una calle antes de la Plaza Zaragoza, otro piquete de estatales, con muchas dificultades se pudo acceder a la explanada municipal. La gente no percibía el peligro, la euforia y alegría por el triunfo electoral obnubilaba las mentes. Los organizadores del evento apostaban a la cordura y que no hubiera mente tan criminal que provocara actos de violencia en un espacio tan reducido y con tanta gente.
El palacio ya había sido tomado por los “lobos”, desde la madrugada, y se paseaban en su azotea presumiendo pistolas y escopetas. El verdadero peligro estaba apostado en los portales de la avenida Zaragoza: cuando menos tres francotiradores dieron muerte de sendos disparos a Marco Antonio Sosa Balderas, a Ricardo Calva, a don Cresencio de Nicolás Romero, a don Macario de Tlaixco y a otros seis asesinados ese día y dejaron heridos e inválidos, como a Magdaleno, también de Tlaixco.
La tensión era innegable, se hacía el llamado para que se retiraran los “lobos” armados para evitar un enfrentamiento, en un momento sorpresa hizo su aparición “La Loba”, en la bocacalle de la Calle La Paz, acompañada de uno de sus hijos, Hugo, y varios golpeadores. Su paso era firme, ya no escuchaba reclamos, llegó al teléfono público que ahí se encontraba, hizo una seña, se oyó un cohetón y un repique de la iglesia de Santo Domingo: todo fue caos y muerte para unos, y orden, disciplina de entrenamiento militar para otros, después de unos 5 minutos de disparar a una multitud indefensa, que nada debía y, por tanto, nada temía, avanzaron en línea sobre la muchedumbre sin dejar de disparar y cortando cartucho como buenos entrenados para estos momentos. Los francotiradores tampoco fallaron, ahí están los diez muertos. Todos los heridos y asesinados fueron de un solo lado: los amigos, compañeros y simpatizantes del PNCh y su candidato. La policía estatal no hizo nada, así como lo lee, nada, ahí permanecieron inmóviles como espectadores de un acto sangriento en el circo romano ante la muerte de gladiadores, frente a masacre de una población inerme.
Así llegamos al 2021, la debacle: el poder pasó a manos de los hijos putativos del PRD, ahora Morena, aliados de los matones de La Loba en aquel sangriento 18 de agosto del 2000. En esos veinte años Chimalhuacán transformó todo, todo; era otro, de un ciudad desordenada por el natural crecimiento urbano, con basura, drenajes a cielo abierto, calles polvorientas, sin espacio deportivos, ni escuelas de nivel superior ahora es una ciudad con bulevares, escuelas de nivel superior, calles pavimentadas, unidades deportivas, albercas olímpicas, el Guerrero Chimalli, un planetario, un lago en la cresta del Cerro del Chimalhuache y muchos etcéteras.
Los viejos aliados de “La Loba” ahora son gobierno, los mismos que en el 2000 dieron cobijo al candidato de “La Loba” y sus patrones del PRD, ahora Morena, y fueron cómplices de la masacre de diez indefensos ciudadanos a los que se les dio el nombre de Mártires de Chimalhuacán.
La impronta del actual gobierno morenista es la improvisación, imitando a su jefe celestial que gobierna desde un palacio; hay incremento de los índices de violencia, con falta de atención a la ciudadanía, con descuido de la obra pública construida y de los servicios elementales, volviendo lenta pero inexorablemente a la barbarie urbana. Chimalhuacán y sus Mártires reclaman redención, de sus ideales, de su Guerrero, de un mundo más justo y equitativo, y los vuelva guerreros, nuevamente.