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In Memoriam / Doctor Juan Manuel Celis Ponce

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ACM 658 F1

Aquiles Córdova Morán

El sábado 29 de agosto, a eso de las 9:30 de la noche, dejó de existir un hombre asaz extraordinario, el doctor Juan Manuel Celis Ponce. Era médico egresado de la UNAM, con especialidad en la prestigiosa institución conocida como “Escuela Médico Militar”, que ha dado, y sigue dando, algunos de los más destacados profesionales de la medicina de nuestro país, esa ciencia y arte a la vez, cuyo objetivo es el cuidado de la salud y, por tanto, la conservación de la vida humana por el mayor tiempo posible y con la mejor calidad que las circunstancias particulares de cada quien permitan. Después de concluir sus estudios de medicina general, se especializó en el tratamiento de las enfermedades del corazón, es decir, era un especialista en cardiología.

Conocí al doctor Juan Manuel Celis Ponce hace muchos años, cuando él, en la plenitud de su vida y de sus facultades, ejercía su profesión en una pequeña clínica ubicada en la comunidad de Tepexpan, municipio de Acolman, Estado de México, a la par que atendía su consultorio privado en Texcoco, municipio muy cercano al primero, y yo cursaba los últimos años de mi carrera en la hoy Universidad Autónoma Chapingo. Pude darme cuenta desde entonces que ese hombre, ese profesionista dedicado a aliviar el dolor humano, no hacía de su profesión una sanguijuela para extraer el jugo vital de sus clientes y de ese modo hacerse rico lo más rápido que le fuera posible; que no era su objetivo principal amasar una fortuna que le permitiera alcanzar un destacado estatus social y que le garantizara una vejez tranquila y libre de apremios económicos. ¿Que cómo lo supe? Muy sencillo: porque era fácil ver que el grueso de su clientela no provenía de los estratos de más altos ingresos, sino precisamente de los menos favorecidos en este aspecto, de los que menos ingresos obtienen y menos oportunidades encuentran para acceder a la medicina de calidad y al alcance de sus magros bolsillos.

Tampoco era difícil darse cuenta de que el doctor Celis era un profesional muy respetado entre los de su gremio en Texcoco y Tepexpan, el área donde ejercía sus conocimientos, ni que gozaba de gran reputación entre sus pacientes, presentes y pasados,  por su saber, por su extraordinario ojo clínico que le permitía diagnosticar con rapidez y certeza la enfermedad de sus clientes y recetar, por tanto, el tratamiento correcto, y por su destreza como cirujano, arte mediante el cual salvó numerosas vidas a lo largo de la suya, noble y fructífera. Y a pesar de todo ello, el precio de sus consultas era realmente modesto; los presupuestos de hospitalización y atención especializada que ofrecía a sus pacientes bastante moderado y con servicios de muy buena calidad, todo con la intención evidente de que pudiera ser cubierto con los reducidos ingresos de las clases populares. Como consecuencia natural de esta política, el doctor Juan Manuel Celis Ponce nunca fue un hombre rico, aunque su trabajo le permitió poner a su familia al abrigo de privaciones exageradas y dar a sus hijos la educación que cada uno de ellos demandó. Este resultado final fue, y es hoy, la máxima e irrefutable prueba del humanismo y la honradez con que ejerció la medicina y a los que me he referido renglones arriba.

Sin embargo, aunque mi conocimiento de este hombre extraordinario data de la época que he dicho, mi amistad y trato más cercano con él y con su querida esposa, Sarita Aguirre (hoy viuda de Celis), tuvo que esperar todavía varios años. Tal acercamiento, que tanto me enriqueció espiritualmente y tanto me ha ayudado a sobrellevar las angustias y penalidades propias del camino que he elegido en la vida, sólo se produjo cuando el Movimiento Antorchista Nacional se acercaba ya a su adultez y, con ello, también la maduración política como líder del antorchismo poblano del ingeniero Juan Manuel Celis Aguirre, hijo del matrimonio formado por el doctor Celis y Sarita Aguirre. Fue entonces, hará unos 15 años tal vez, cuando pude tratar y conocer de cerca al doctor y a toda la familia Celis Aguirre (son tres hermanos más aparte de Juan Manuel Jr.: Héctor, ingeniero agrónomo como Juan Manuel, Patricia y la escritora Claudia, todos ellos, obviamente, Celis Aguirre), y pude apreciar de cerca la rica personalidad y el genio creador del doctor Celis. Pude comprobar que no sólo era un médico y un cardiólogo eminente, sino que era, además, un ser humano fuera de lo común, con un desarrollo integral asombroso. Puedo decir, sin exagerar y sin mentir, que el doctor Celis resultó ser la encarnación del ideal educativo y formativo que propone y persigue, desde su nacimiento, el Movimiento Antorchista Nacional, el modelo del hombre nuevo que nosotros perseguimos.

Para respaldar esta afirmación, diré que el doctor Celis, además de un excelente deportista, destacado jugador de Squash hasta que su salud se lo permitió, era un  buen conocedor de casi todos los deportes más comunes de nuestra época. Pude escucharle, presenciando algún encuentro de cualquiera de ellos, comentarios certeros, oportunos y difíciles de captar por un observador no familiarizado con tales disciplinas deportivas. Era un excelente guitarrista a quien escuché música popular y trozos clásicos de Chopin, de Bach o de De Falla, trasladados a la guitarra; su repertorio popular, de música mexicana y latinoamericana en general, era variado, muy escogido y él lo interpretaba con elegancia, acierto y belleza, acompañándose él mismo con su instrumento. Era un pintor con cierto dominio de la técnica, del dibujo, de la línea y el color, así como de la luz y de la sombra. Conservo un ejemplar suyo que amablemente me regaló alguna vez. Era un buen catador de vinos, a un nivel suficiente como para impartir conferencias sobre este difícil arte a públicos entendidos en la materia; y era también un gourmet, buen conocedor de la cocina mundial y de la mexicana en particular. Finalmente, y sólo como ejemplos escogidos, diré que era un conversador excelente que incursionaba con tino y buena información en temas complejos y poco comunes en nuestro medio. Repetiré, para cerrar esta semblanza torpe e incompleta, lo que dije varias veces ante públicos antorchistas, con o sin su presencia personal: el doctor Juan Manuel Celis Ponce es el hombre más inteligente, agudo y cultivado que yo he tenido el privilegio de tratar en mi ya larga vida.

Pero no sólo por eso escribo estas líneas; ni tampoco sólo por ser padre de un antorchista muy destacado, el hoy diputado y secretario de la mesa directiva de la Cámara de Diputados, el Ing. Juan Manuel Celis Aguirre, sino porque era también, junto con su esposa Sarita y su hija Patricia, un antorchista firme, valiente y decidido, que dio la cara por Antorcha, sin miedo ni vergüenza, en un medio muy hostil y prejuiciado en contra de nuestra organización; que jamás negó su simpatía por el pueblo pobre organizado en nuestras filas. Pocas veces tomó la palabra el doctor Celis ante los antorchistas; pero cuando lo hizo, nos dio siempre una lección de valor, serenidad y realismo; nos previno enfáticamente contra el triunfalismo fácil y contra el optimismo anestésico y paralizante, advirtiéndonos del peligro siempre agazapado en la sombra y del que nunca debemos desentendernos. Su fe, su opinión y su convicción profunda sobre el antorchismo quedaron indeleblemente expresadas en el himno nacional de nuestra organización, una bella, marcial y entusiasmadora marcha triunfal, cuya letra y música son obra del genio creador del doctor Juan Manuel Celis Ponce.

¡Salud y hasta siempre, mi querido doctor! Mi deseo más hondo y sentido a raíz de la muerte de usted, es el mismo que expresara el gran poeta argentino Arturo Capdevila en su poema Pórtico de Melpómene: que se cumplan en usted el “Sit tibi terra levis y el requiescat in pace”. Y que algún día, pronto tal vez, podamos volver a darnos la mano allá en la eternidad. (Foto del Doctor Juan Manuel Celis Ponce, tomada de Internet)