Por: Alfonso Lara
Costumbre judía que tiene arraigo en la religión católica, hasta nuestros días. El 2 de febrero, se registra bíblicamente, porque el niño Jesús es presentado por sus padres en el Templo; exactamente 40 días después de haber nacido, cuando finaliza la navidad y el período en que toda madre elimina el rastro de sangre, después del parto.
En México y en algunos pueblos latinoamericanos, este rito se une a cultos prehispánicos, hebreos y cristianos, naciendo el mito de la celebración de la Virgen de la Candelaria, que se le representa llevando al niño Jesús sobre su brazo derecho y portando en su mano izquierda una vela o candela.
Además de bendecir al niño Jesús en este día, también se acostumbra bendecir las velas y los cirios; y en la tradición indígena, las mazorcas y las semillas para la próxima siembra, ya que el maíz es bendición y alimento para la gente del pueblo. De allí el atole y los tamales que se acostumbran compartir.
Por verdadera tradición, más que de pachanga -como aquí en México-, quienes arrullan al niño Jesús el 25 de diciembre, deben ser quienes lo vistan y lleven a bendecir a la iglesia; siendo esta relación la que los hace compadres con los dueños del niño.
Sin embargo, el populacho se ha encargado de desvirtuar este rito, justificándolo con el muñeco que les toca en el corte de rosca de reyes del 6 de enero, y que en lugar de sentir gusto, por la suerte de ser “padrinos”, más les lamenta el saber que los obliga a llenarles la panza a familiares y amigos con tamales y atole por este motivo.
Como digo anteriormente, el atole de masa y el tamal tienen su origen prehispánico previo a la conquista española, y es con el fin de agradecer la fertilidad de la Madre Tierra. La hoja de maíz del tamal es el plato, tanto como la tortilla lo es para el mazahua y otomí, al usarla como cuchara.
A la llegada de los españoles, fue cambiando la fisonomía del tamal y su contenido, pasando de la carne de xulo, tepezcuintle, venado, calabazas, quelites, granos de elote, chile y fresas; a los ingredientes europeos, manteca, carne de cerdo, garbanzos, arroz, aceitunas, alcaparras, y en los de dulce el color artificial. Así mismo, se sabe que el tamalli (”envuelto”, en náhuatl), no admitía mujeres tristes para hacerlos y menos aún niños llorones durante su cocción.
Actualmente, existen 500 recetas a base del tamal, que derivan en 4 mil preparaciones más, gracias al ingenio del mexicano que lo ha enriquecido. Y para que los hipertensos puedan disfrutarlos, se ha desarrollado una fórmula en México para elaborarlos, con proteínas de pescado bajas en grasa, que reducen los niveles de triglicéridos en la sangre y de colesterol, para mejorar la circulación sanguínea y prevenir así la arterioesclerosis.
En la Huasteca hidalguense, el zacahuil (nuestro enorme tamal envuelto en hojas de plátano), es platillo tradicional que se disfruta comunitariamente este día, entre el canto alegre de huapangueros y el baile del son campesino. Y en Pachuca y Real del Monte, a diario, metido en telera o bolillo es el alimento del minero que se interna, barreno en mano, por los obscuros y fríos túneles del tiro.
