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La “gigantesca” manifestación de París, una farsa y una fútil exhibición de “unidad”

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Aquiles Córdova Morán

Aquiles Córdova Morán

Este lunes, 12 de enero del año que empieza, los medios informativos “de occidente”, sin excepciones notables, con fanfarrias, campanas a vuelo y muestras exageradas de sorpresa y  admiración, reseñaron la “gigantesca” concentración celebrada ese mismo día en París, encabezada por los líderes y gobernantes más poderosos y representativos de la Unión Europea (U.E.) y algunos del Cercano Oriente.

El propósito del evento, se dijo, fue “protestar” (?) por el ataque terrorista a una publicación francesa, perpetrado al parecer por una célula de Al Qaeda o de la Yihad islámica, que dejó un saldo de nueve periodistas muertos. La descubierta de tan curiosa como inexplicable “protesta” era realmente apabullante: allí iban, codo con codo, el “socialista” Hollande, presidente de Francia; la canciller alemana Angela Merkel; el derechista Mariano Rajoy, presidente del gobierno español; y lo más inesperado quizá, el representante del pueblo palestino, Mahmud Abbas, sólo una cuantas cabezas más allá del verdugo de esa nación árabe, el primer ministro israelí Benjamín Netanyahu, amén de otras destacadas figuras.

Los medios estimaron dos millones de asistentes, aunque algunos hablaron de más de tres millones de almas. En lo que todos estuvieron de acuerdo fue en que se trató de la concentración más grande habida en la capital francesa, después de la memorable manifestación de 1944 con que se celebró la liberación del país. Si esto es así (y yo creo que lo es), resulta materialmente imposible sustraerse a algunas dudas importantes suscitadas por la naturaleza del evento y por la jerarquía de quienes lo organizaron y encabezaron. Por ejemplo, ¿es razonable equiparar la liberación de Francia, llevada a cabo por los ejércitos aliados (Inglaterra y Estados Unidos) y la propia resistencia francesa, en 1944, con el ataque terrorista actual, con todo y su trágico y lamentable saldo de nueve víctimas mortales? Y sea así o no, ¿cuál puede ser el objetivo, racional y entendible, de tan gigantesco despliegue de masas? ¿Hacia quién o hacia dónde va dirigida la protesta y cuál es su demanda concreta y precisa? ¿Qué buscan o qué quieren lograr los organizadores?

En mi opinión, si se descarta momentáneamente un objetivo oculto y mucho más poderoso que el aparente y abiertamente declarado, resulta punto menos que absurdo ver a los gobernantes más poderosos de Europa; a quienes tienen en sus manos la gigantesca fuerza económica, política y militar que todos sabemos; a quienes tienen, además, todas las facultades necesarias para tomar las decisiones que se requieran, sean las que sean, no sólo para defenderse y defender a los ciudadanos de sus países, sino para barrer de la faz de la tierra a los yihadistas y a todos los grupos terroristas afines a éstos, resulta absurdo, repito, verlos salir a la calle a “protestar” ante el vacío, ante la nada (pues por encima de ellos no hay nada más), contra algo que está en sus manos combatir, vencer y desterrar,  en vez de estar discutiendo seriamente un plan militar, económico y  político para castigar a los culpables, proteger a la sociedad civil y acabar de una vez por todas con la plaga del fanatismo terrorista, del signo que sea. ¿No resulta acaso muy tentadora la idea de que nos encontramos, más que ante una verdadera lucha contra el flagelo del terrorismo, ante una cortina de humo, ante una comedia, una farsa grotesca dirigida a engañar y confundir a la opinión pública mundial con un odio fingido contra los brutales crímenes de los yihadistas, al tiempo que, en realidad, se les protege poniendo esta pantomima en el lugar que debería ocupar un combate serio y eficaz en su contra? De paso, parece que también hubo la intención de mostrar una Europa fuertemente unida y capaz de reunir en un solo haz de fuerzas incluso a enemigos irreconciliables, como son Israel y Palestina, como un mensaje cifrado para los oponentes más destacados del proyecto imperialista de dominación mundial.

Esta lectura de los hechos no es arbitraria. Hay información suficientemente segura que prueba que los grupos terroristas que vienen actuando desde hace varios años en los países del Magreb (norte de África), con el fin de “derrocar a los dictadores autóctonos” para entronizar en su lugar gobiernos “democráticos” pro occidentales, son los mismos que hoy luchan en Siria e Irak con el fin de desmembrar a ambos países y hacerlos así más dóciles y manejables por los intereses del capital mundial. Se sabe bien que esos grupos han sido formados, entrenados, disciplinados, financiados y armados por Estados Unidos y por los mismos países europeos que hoy protestan en su contra; que el trasiego de armas, dinero y cuadros capacitados, militar y administrativamente, que los han convertido de la noche a la mañana en un ejército poderoso capaz de enfrentar y derrotar a los ejércitos profesionales de ambos países, se lleva a cabo a través de Israel, Turquía, Arabia Saudita, Qatar y Jordania, por mencionar algunos solamente. Por último, está probado que muchos de los “combatientes moderados por la libertad” son franceses, polacos, ucranianos, rumanos y búlgaros, de modo que no sería remoto que la célula terrorista que atacó en Francia esté integrada, en parte al menos, por franceses “yihadistas” que han regresado a su patria a aplicar lo que aprendieron en Siria e Irak. Pero esos “soldados de la democracia” no han culminado todavía su misión en Oriente, razón por la cual no pueden ser erradicados y se prefiere, por eso, combatirlos con “marchas multitudinarias” en vez de con balas y misiles.

Respecto a la demostración de “unidad” que quiso exhibir la “magna concentración” de París, es muy probable que obedezca a la necesidad de acallar los rumores y las opiniones de especialistas, incluso norteamericanos, que afirman que la unidad entre Europa y los EE.UU., así como entre las propias potencias del viejo continente, se halla en serio peligro a causa de las “sanciones” impuestas por el primer país contra Rusia, sin tomar suficientemente en cuenta los intereses económicos de la U.E. Pero esos daños existen y son cuantiosos. Por ejemplo, se calcula que los agricultores europeos han perdido, en el tiempo que duran ya las sanciones, unos 15 mil millones de euros por el cierre de la frontera rusa a sus exportaciones agrícolas y pecuarias, un costo 15 veces mayor al pagado por Estados Unidos por la misma causa. Se asegura que cada día son más los partidos, los gobiernos y los empresarios europeos que rechazan las sanciones a Rusia; por ejemplo, el primer ministro de Hungría las calificó de “un tiro en el pie”, afirmó además en un programa radiofónico que “nos causa más daño a nosotros que a Rusia” y exigió a la U.E. “compensar a los productores de alguna manera, sean polacos, eslovacos, húngaros o griegos” pues todos ellos por igual “sufren daños económicos”. El diario económico más influyente de Alemania, que dirige Gabor Steingart, demanda “olvidar las sanciones contra Rusia” por considerarlas “una tontería” y “un castigo para Europa”; y resumiendo todo esto y más, el 10 de diciembre pasado el primer ministro ruso, Dimitri Medvedev, calculó que Europa ha perdido, durante el tiempo que llevan las sanciones, más de 40 mil millones de dólares.

Creo que son estas fisuras, y los peligros que de ellas se derivan para el control que ejerce EE.UU. sobre Europa, los que se quisieron exorcizar con la “prueba de unidad” que implicó la concentración de París. Pero esto se parece mucho a un niño que, muerto de miedo en la oscuridad, se pone a contar para darse valor. Los riesgos reales no desaparecerán con tales conjuros y la “unidad” formal podrá engañar a cualquiera, menos a las grandes potencias emergentes del planeta a quienes va dirigida, pues ellas conocen perfectamente la verdadera situación y no dejan pasar día sin tomar medidas serias y eficaces para enfrentar los peligros y sortear los escollos en su marcha hacia un mundo mejor para todos.

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