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Pedro Páramo y El Llano en Llamas (dos)

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En las nubes

Carlos Ravelo F2

Por: Carlos Ravelo Galindo, afirma:

Juan Rulfo regresó a San Gabriel. Frente al curato vivió. Entró en contacto con la biblioteca del sacerdote, depositario, en tiempos cristeros, del poco o mucho acervo cultural. También eclesiástico. Y nunca olvidó esas lecturas. Obviamente esenciales en su formación literaria.

Algunos destacan, como costumbre, que su orfandad temprana fue determinante en su vocación artística. Pasaron por alto, como sucedió, que los libros leídos en su mocedad tendrían un peso específico mayor en la literatura escrita.

“El paisaje que corresponde a lo que yo escribo, es la tierra de mi infancia. Este es el paisaje que yo recuerdo. Es la atmósfera que de ese pueblo en que viví, lo que me ha dado el ambiente. Ubicado en ese lugar, me siento familiarizado con personajes que no existieron o que quizá sí”, expuso en sus cuentos de El Llano en Llamas”.

Recorrimos, durante horas esas cuatro ciudades, (Sayula, San Gabriel, Tuxcacuesco y Tonaya) plagadas de historia jalisciense.

De reminiscencias que sus habitantes platican, y sus alcaldes Jorge Campos Aguilar, César Augusto Rodríguez, José Guadalupe Fletes Araiza y Librado Vizcaíno Álvarez lo harán durante mucho tiempo, a quienes los visiten. Nosotros, por ejemplo.

Es el campo mexicano. Bello, desaprovechado. Tramos, no muchos, con Agave azul. Que emociona al pasaje de los dos autobuses en que viajamos.

Nos dicen que la “Comala de Rufo”, es la ciudad de San Gabriel. De sus personajes, lugares, tradición surge la inspiración que llevara al escritor a sus grandes obras: “Pedro Páramo” y “El Llano en Llamas”. Y a la tercera, la última, “El Gallo de Oro”, editada en 1980.

Nadie olvida que el escritor argentino Jorge Luis Borges, aseveró: “Pedro Páramo es una de las mejores novelas de las literaturas de lengua hispánica, y aún de la literatura”.

Y se quedó corto, diría don Raúl Gómez Espinosa.

A mediados de los años cuarenta, nos relatan, comienza su relación amorosa con Clara Aparicio, de la que queda el testimonio epistolar -publicado en el año dos mil en “Aire de las colinas. Cartas a Clara- y con quien contrae enlace en 1948. Tienen hijos, pero nadie dice de ellos.

Juan Rulfo escribe, para no decir habla, en su novela Pedro Páramo:

“La Media Luna estaba sola, en silencio. Se caminaba con los pies descalzos; se hablaba en voz baja. Enterraron a Susana San Juan y pocos en Comala se enteraron. Allá había feria. Se jugaba a los gallos, se oía la música; los gritos de los borrachos y de las loterías. Hasta acá llegaba la luz del pueblo, que parecía una aureola sobre el cielo gris. Porque fueron días grises, tristes para la Media Luna

“Don Pedro no hablaba. No salía de su cuarto. Juró vengarse de Comala:

-Me cruzaré de brazos y Comala se morirá de hambre. Y así lo hizo”.

Años antes, en uno de sus cuentos de El Llano en Llamas, Rulfo, escribe, en “Nos han dado tierra”:

“Nos dijeron: Del pueblo para acá es de ustedes. Nosotros preguntamos. ¿El llano? Sí, el llano. Todo el Llano Grande”.

Como también en “En la madrugada”, al hablar de su pueblo, de su ciudad: “San Gabriel sale de la niebla húmeda de rocío. Las nubes de la noche durmieron sobre el pueblo en busca del calor de la gente”.

O “No se sabe si las golondrinas vienen de Jiquilpan o salen de San Gabriel. Solo se sabe que van y vienen en zigzag, mojándose el pecho en el lodo de los charcos sin perder el vuelo”.

Y también: “Oye las campanadas del alba en San Gabriel y se baja de la vaca arrodillándose en el suelo y hace la señal de la cruz con los brazos extendidos”.

Una huelga en la Universidad de Guadalajara le impide inscribirse en ella.  Viaja al Distrito Federal. Al no revalidar los estudios realizados en Jalisco, le impide ingresar a la Universidad Nacional Autónoma de México.

Pero asiste como oyente a cursos de historia del arte, en la facultad de Filosofía y Letras. Se convierte así en un muy serio conocedor de la bibliografía histórica, antropológica y geográfica de México.

Son temas que, según estudio minucioso de su obra literaria y fotográfica, le permiten sus textos y la labor editorial, que les dedicó.

Durante buena parte de la década de los treinta y cuarenta, viaja por el país. Trabaja en Guadalajara o en la Ciudad de México. Y a partir de 1945 comienza a publicar sus cuentos en dos revistas: América, en el Distrito Federal. Y Pan, en Guadalajara.

La primera lo confirmó como escritor. Pero ya lo era desde 1930. Así como fotógrafo. Pero pocos lo sabían.

Decía, escribía, en “Pedro Páramo”: “Mi pueblo, levantado sobre la llanura. Lleno de árboles y hojas, como una alcancía en donde hemos guardado nuestros recuerdos, sentirás que allí uno quisiera vivir para la eternidad. Nos lo recordó la escritora y poeta doña Rosa Chávez. Jalisciense ella.

Mañana, otro poquito de Rulfo

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