Inicio Tu Espacio El Rey del Huapango

El Rey del Huapango

0

P e r s o n a j e s…

Alfonso F2 

Por: Alfonso Lara

 

“Para hablar de la Huasteca

hay que haber nacido allá,

saborear la carne seca

con traguitos de mezcal…”

(Las tres huastecas)

 

Este canto de mi tierra natal y el recuerdo de mis amigos huapangueros, me pone nostálgico… Aquel cielo limpio y amplio, el campo abierto con aromas de naranjo y mango, sus montañas azuladas, la exuberante vegetación con pesadas caídas de agua, y el trino puro del cenzontle campesino.

¿Por qué el trinar del cenzontle?… porque nació con él y nadie le enseñó. Y al huapanguero, nadie le enseñó a cantar. El falsete no se aprende en escuela, con él se nace, así como con el toque del violín huasteco.

Testigo he sido, que violinistas clásicos y de altísima técnica ejecutoria, han tenido que ir a la Huasteca, a tratar de aprender ese toque nato de nuestros “varas”, para poder tocar algún acorde.

Algo así, como en la copla de Yupanqui El indio y la montaña, en la que dice:

“Hace muchos años, un indio,

un hombre de la tierra,

me dio una lección inolvidable…

Comenta de un indio viejo que va a su lado, deja de cantar, y él le dice:

“¡Cante amigo!, siga usted cantando,

que su canto es hermoso…

Y el indio le responde:

“No señor, yo sé bien que mi canto poco vale,

lo hermoso de mi canto, lo pone la montaña…”

Y sigue narrando:

“Claro, el paisaje embellecía el canto del hombre camino adelante. Fue una inolvidable lección. Inolvidable lección para mí. Cuando el artista, el caminador, se enfrenta con la soledad de los demás en una sala de la ciudad o biblioteca pequeña de los pueblos, no debe de caer jamás en vanidad y orgullo, porque no tiene nada allí que lo defienda.

No tiene ni camino, ni el aire, ni la luz, ni toda esa gama de misterios que la tarde desata sobre el mundo del hombre. El hombre allí está sólo y no se puede refugiar, ni refugiar su desolada copla en ninguna montaña, porque esa montaña ha quedado allá lejos, muy lejos, embelleciendo el sencillo cantar del indio pobre y desamparado”.

Fue en Xochiatipan, municipio de Huejutla, Hidalgo, el 17 de marzo de 1914, cuando el autor de la copla con la que inicio, vio la primera y tempranera luz en ese rincón, corazón de la Huasteca hidalguense. Su nombre es sinónimo de huapango: Nicandro Castillo Gómez, el hombre que llevó la música vernácula de la entidad a planos internacionales por más de cuarenta años, engrandeciendo el folclore hidalguense.

Creador de Las tres huastecas, El hidalguense, El cantador, El cuervo, La fiesta huasteca, El cuerudo, La Antonia, El huasteco enamorado, El andariego, El gavilán tamaulipeco, El alegre, La calandria, El framboyán, La Tuxpeña, Lucerito, Feria huasteca, Huejutla, Amanecer huasteco, Los arrieros, Leticia, Pepe Velázquez, entre muchas más, trasponiendo nuestras fronteras.

El contacto con la región, lo impulsó a versar con la típica y rítmica melodía del huapango, cantando la belleza de nuestro jirón hidalguense. Desde pequeño se empapó con la “triste alegría” de los sones de la región de autores anónimos que los legaron a la posteridad sin saber que serían cimiente en el folclor del estado de Hidalgo.

Corría el año de 1933, y en la ciudad de México existía un centro huasteco, donde se daban cita los hidalguenses radicados en el Distrito Federal, para escuchar a los músicos de la región interpretar los huapangos de la época.

Fue allí precisamente donde se unió al veracruzano y legendario Elpidio Ramírez, hermano de sangre huasteca, y el violín huasteco más bravo que ha habido, junto con José Meza, y el también hidalguense Teófilo Salas, formando así el primer cuarteto intérprete de música hidalguense.

Después, el encuentro de Pedro Galindo con Nicandro, originó que naciera el grupo “Los Chinacos”, con Roque Castillo y El Viejo Elpidio.

Duro fue el batallar del grupo por abrirse paso. Pero como buen hidalguense, nacido en tierras mineras, Nicandro logró a pulso colocarse en el mundo artístico como portavoz del bravo, hiriente, dulce y sentencioso cantar de la tierra.

Ya retirado de las actividades artísticas el año de 1949; aún mantuvo muchas composiciones inéditas que falseteaba en su intimidad, pulsando la guitarra, compañera inseparable de su vida. Siempre de sonrisa franca y mirada vivaz, reflejaba su espíritu pleno de juventud, con su cabello completamente cano, testigo del correr del tiempo.

Y aunque no le atraía en especial la vida política, su popularidad lo llevó a figurar como diputado local suplente en el Distrito X con cabecera en Huejutla; escenario de sus más sentidas composiciones.

En 1987, cuatro años antes de su muerte, fue objeto de homenaje en el teatro Bartolomé de Medina en Pachuca, Hidalgo, con su esposa Leticia Ángeles y sus hijos Alejandra, Elfego, Nicandro, Martha y Virginia.

Nicandro Castillo, viva historia del huapango, falleció a las 14:30 horas en la ciudad de México, D.F., el día 30 de julio de 1991.

Recuerdo que una noche en casa de Gonzara, sonó el teléfono, era Humberto Meneses, invitándonos porque Nicandro estaba por llegar a visitarlo y habría velada.

Llegamos a su domicilio, y aunque Nicandro iba de prisa, llegó Juan Mendoza “El Tariacuri”. ¡Y el banquetazo que tuvimos!… Humberto cambió cuerdas al violín en dos ocasiones y salimos a las seis de la mañana del domingo. Y escuchándole su huapango inédito que hablaba de su viejo corazón cansado, le dije: “Nicandro, sería maravilloso un concierto en el que estuviera con Yupanqui”…

Se quedó pensativo, y contestó: “Pero… es que él es un gran artista…”

Ese era Nicandro Castillo, a quien evoco con ronco toque de violín huasteco:

“Una flor que no se seca

y que su aroma convence,

es mi querida Huasteca,

esa Huasteca hidalguense.

 

Bajo un sol que abraza tanto

se baila y se canta el son,

los tordos ríen en su canto

diciendo: date un quemón.

 

Le han cantado a Veracruz,

a Jalisco y Tamaulipas,

con gusto le canto a Hidalgo

que tiene cosas bonitas.

 

Pachuca la Bella Airosa

de mi tierra capital,

de quien yo vivo orgulloso

por su rico mineral.

 

Para mujeres Tulancingo,

lo mismo en Zacualtipán,

hay unas coloraditas

que hasta calentura dan…”

(El hidalguense)

 

¡Hasta pronto mi Platea’o!…