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María quiere un mundo mejor; después de hoy, reirá y luchará por los que no lo hacen

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Berenice Moreno Gómez

Doña María se levanta muy de madrugada para que el día rinda y pueda realizar todas sus tareas del hogar y campo.

Para doña María hoy es un día especial, viajó a la Ciudad de México y conoció el Estadio Azteca. Su día inició con la espera del transporte que la llevó a su destino.

En el autobús los viajeros compartieron sueños, rieron emocionados. El traslado fue largo y agotador, pero sirvió para completar incómodamente las horas de sueño faltantes.

Al descender, María tomó con fuerza la mano de su pequeña hija por miedo a perderla entre la muchedumbre. Escuchó indicaciones y caminó con pasos inseguros hacia el Coloso de Santa Úrsula.

Sumida en sus pensamientos, María es interrumpida por su pequeña que la cuestiona ¿Mamá, habías visto algo tan extraordinario como esto?, no sabe qué responder, se limita a sonreír.

Se forman en una larga fila que ya se encuentra en espera de entrar al recinto, María tiene hambre; el café y pan que compartió con sus compañeros de autobús no ha sido suficiente, por lo que decide dejar la formación e ir en busca alimentos. Su cara se llena de desesperanza al escuchar los precios. Mira a su pequeña que se encuentra a su lado y le dice. Puedes esperar un poco más para comer, ya casi es hora de entrar y el señor se va a tardar preparando los tacos.

La niña asiente y ambas regresan a unirse con sus compañeros. A lo lejos se escucha la indicación “prepárense porque vamos a iniciar a acceder al estadio» El corazón de María se acelera, nunca imaginó entrar a uno de los lugares más emblemáticos de México; sede de grandes acontecimientos. No sabe cómo reaccionar, teme perderse o extraviar a su hija entre el mar de gente que al igual que ella, se encuentran en el lugar.

Sus miedos se disiparon cuando las puertas se abren y puede darse cuenta que en todo el lugar hay personas dando indicaciones o resolviendo dudas. Es momento de disfrutar del evento, le dice a su niña.

Al llegar a la cancha y levantar la mirada, María siente tal emoción que sus ojos se inundan de lágrimas. El Estadio Azteca está cubierto de los colores de su bandera, en todas las miradas hay esperanza, sueños, ilusiones. Son cientos, miles de hombres y mujeres de ojos cansados pero mirada llena de esperanza, sus manos sostienen ávidamente una bandera, signo de lucha y progreso. El campesino, obrero, maestro o estudiante, se unen en un mismo festejo; la pobreza no tiene distinciones.

Su emoción sólo se ve interrumpida por su hija; mamá, tengo hambre, crees que aquí podamos comer algo; una torta será suficiente para las dos, le dijo, prometo no comer mucho y para no ir al baño no tomaremos agua.

Haciendo un esfuerzo logra juntar el dinero para la compra de comida que comparte con su pequeña. Acto seguido, se disponen a presenciar el evento.

María y su pequeña se emocionan al ver salir a los artistas y cantantes, corean y bailan. Cuando el discurso oficial se hace presente, María pide a su hija prestar atención; cada frase expresada por el líder nacional de los antorchistas cala hondo en el corazón de María, reflexiona y se da cuenta que la mejor decisión que pudo haber tomado fue la de unirse y organizarse con los miles de pobres de México; y juntos luchar por combatir ese rezago en el que se encuentran. Observa a su alrededor, no está sola, se siente acompañada, y es entonces cuando sus ojos también se llenan de ilusión y esperanza.

Doña María formó parte de los miles de ciudadanos que asistieron al Estadio Azteca en la Ciudad de México para celebrar con un evento político-cultural, encabezado por Aquiles Córdova Morán, secretario general del Movimiento Antorchista, 45 años de lucha organizada que ha traído progreso para las familias en rezago social, cambiando sus condiciones de vida y brindándoles la oportunidad de contar con obras, educación, salud y arte. Porque para el antorchismo nacional, la pobreza es el enemigo a vencer.

A su salida del recinto Doña María aún sigue emocionada, sabe que habrá tiempos mejores, pero para que esto suceda ella debe y quiere contagiar a más personas. Su primera tarea es concientizar a sus vecinos y familiares mostrándoles los beneficios que se han obtenido a través de la gestión de Antorcha Campesina.

Recuerda con alegría el día que conoció a la organización, el primer beneficio que obtuvo al comulgar con los principios de la organización, fue el subsidio en un 50 por ciento del fertilizante, y una vez más esta segura que el Movimiento es el refugio que la gente pobre de México ha encontrado para satisfacer sus demandas. Se siente apoyada, sabe que forma parte de un bosque de antorchistas y que no es un árbol a la deriva.

Sube a su autobús, se acomoda al lado de su pequeña que ha sido vencida por el sueño; la observa, acaricia su ensortijada cabellera y le promete llorar por los que no llorar, reír por los que no ríen, pero sobre todo, luchar por los que no luchan.