Aquiles Córdova Morán
El jueves 25 de septiembre fue asesinado, de un certero balazo en la cabeza, el activista del Movimiento Antorchista michoacano Ramiro Herrera García. Los hechos, sintéticamente narrados, son los siguientes: el día mencionado, a eso de las 10:30 de la noche, un sujeto armado (ahora se sabe que con una pistola calibre 9 mm) penetró en una tienda de abarrotes, propiedad del antorchismo michoacano y en la que Ramiro se desempeñaba como cajero, exigiendo todo el dinero de la caja y varias botellas de licor que él mismo se encargó de señalar.
Ramiro y la encargada de la atención a los clientes, conscientes del peligro de hacer resistencia y porque, además, esa es la instrucción del Comité Estatal Antorchista con vistas a resguardar la vida de sus miembros, entregaron de inmediato todo lo que se les exigió. Sin embargo, súbitamente y sin ningún motivo visible, el sujeto comenzó a disparar haciendo varias detonaciones, una de las cuales dio en la cabeza de Ramiro matándolo instantáneamente. El asesino iba aparentemente solo, a cara descubierta y se retiró a pie, haciendo, ya en la calle, varios disparos al aire.
Ahora bien, Ramiro, repito, era un activista del antorchismo michoacano con muchos años de militancia fiel, disciplinada y laboriosa, lo cual es una garantía absoluta, aunque muchos no quieran verlo así, de que era un hombre bueno, de recta conducta, de vivir honesto que lejos de haberle causado nunca mal a nadie, había puesto su limpia vida al servicio de los demás, en particular de los que menos tienen. Durante muchos años Ramiro se dedicó a la defensa legal de todos los obreros michoacanos que, por una u otra razón, por uno u otro atropello a sus derechos y garantías laborales, solicitaron sus servicios; y lo hizo con todo éxito y sin lucrar, sin cobrar nunca un solo peso a título de honorarios por su trabajo. A últimas fechas, el compañero desempeñaba una nueva actividad, pero siempre al servicio de su causa y de su organización. Y fue en su nueva tarea donde lo sorprendió la muerte.
De acuerdo con lo dicho, debe descartarse absolutamente la probabilidad de que Ramiro haya sido víctima de un enemigo personal, de alguien que, para vengar algún agravio inferido por los hechos o la conducta de nuestro compañero, hubiera decidido asesinarlo de la manera brutal en que lo hicieron. Pareciera, entonces, que la sana lógica indica que la única hipótesis que cabe es la de que se trató de un simple robo con violencia, llevado a cabo por un desquiciado mental o por alguien completamente perturbado por un poderoso estupefaciente. Sin embargo, hay ciertos detalles en el desarrollo de los hechos que, cuando menos a primera vista, no parecen encajar del todo en la teoría del asalto. Veamos los más relevantes.
Primero, el asesino llevaba una pistola de grueso calibre, al parecer en buen estado si hemos de juzgar por sus resultados; es decir, se trata de un arma cara que, además, conocía y sabía manejar con destreza. Esto, obviamente, no está al alcance de cualquier teporochillo o mariguano de esos que han hecho de la calle o las carreteras su residencia habitual; habla más bien de alguien procedente de un estrato social mejor acomodado y que, por tanto, no necesita, estrictamente hablando, asaltar un negocio para conseguir algunas botellas de licor. Segundo, loco o drogado, de todos modos necesitaba un motivo, aunque fuera nimio, para ponerse a disparar su arma; pero, según el relato de la encargada de la tienda que lo presenció todo, ese “motivo” no existió nunca; simplemente se soltó a disparar cuando menos se esperaba y cuando ya tenía en su poder dinero y botellas. Esto induce fuertemente la sospecha de que lo hizo porque a eso iba, porque ese era su verdadero propósito. Tercero, una inspección ocular superficial revela que los disparos fueron hechos al azar, sin blanco determinado, como lo muestra la dispersión aleatoria de los agujeros hechos en las paredes de la tienda. La muerte de Ramiro, por tanto, habría sido casual, víctima de una “bala perdida”. Pero precisamente la distribución desordenada de la casi totalidad de los impactos vuelve particularmente sospechoso que haya habido un único disparo dirigido contra un blanco vivo y, además, tan certero y bien dirigido que pegó a la víctima en un lugar mortal de necesidad. Esto obliga también a sospechar que se trató de una acción absolutamente intencional.
Antes he dicho que debe descartarse la posibilidad de que Ramiro haya sido asesinado por motivos personales, por un enemigo particular de nuestro compañero. Si a pesar de esto digo en seguida que hay indicios fuertes de que se trató de un acto intencional, esto abre la interrogante de cuáles serían, en este caso, los móviles del crimen. La respuesta en este caso es, desgraciadamente, mucho más grave y preocupante que la relativa a la primera hipótesis: se trataría de un acto de represión y de terrorismo políticos en contra del Movimiento Antorchista en general, y del antorchismo michoacano en particular.
Y hay mucha tela de donde cortar. En efecto, el antorchismo michoacano viene despertando desde hace algunos meses, mejor dicho, desde hace algunos años, desde que se puso al frente de él un michoacano distinguido que conoce bien a su tierra y a su gente, el Ing. Omar Carreón Abud, del letargo en que pareció haberse sumido por un período prolongado antes de la llegada del Ing. Carreón. Como consecuencia de esto, se ha visto involuntariamente enfrentado a poderosos enemigos, algunos con fama de mafiosos y delincuentes; otros que defienden desde sus cargos públicos y sindicales sus cuantiosos intereses económicos, personales y familiares; otros más, finalmente, que forman parte de esa fauna ideológica que reclama el monopolio absoluto de la verdad revolucionaria y de la lucha social y, por tanto, el derecho exclusivo para existir y trabajar en el seno de las clases populares y de hablar a nombre de ellas. Para esta fauna, Antorcha no tiene ninguna autoridad moral, política o ideológica; es impostora, usurpadora, chantajista y criminal, y merece, por tanto, todo el mal que se le pueda hacer, incluidos el terror y la eliminación física.
¿Quién mató a Ramiro Herrera? No lo sabemos a ciencia cierta y no vamos a caer en especulaciones que dañen gratuitamente reputaciones ajenas. Tenemos principios y escrúpulos morales aunque no lo crean nuestros detractores y, además, no es a nosotros a quien corresponde resolver esta cuestión, sino a las autoridades correspondientes. Pero sí es nuestro derecho, y nuestro deber, exigir a la justicia michoacana y al gobernador, Dr. Salvador Jara Guerrero, una investigación transparente, rápida y creíble, seguida del debido castigo al, o a los asesinos de Ramiro Herrera. La lenidad, las maniobras leguleyas y periciales y la opacidad en el esclarecimiento de este crimen, en caso de presentarse, reforzarían la sospecha de un asesinato político y pondrían seriamente en duda la imparcialidad de las autoridades encargadas de la justicia en el estado de Michoacán.